ROBERT BENTON: NI UN PELO DE TONTO - Berenjena Company

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22 may 2025

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ROBERT BENTON: NI UN PELO DE TONTO

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Robert Benton vivió durante muchos años en el 244 de la calle 49 Este en Turtle Bay de Nueva York mientras estudiaba en la Universidad de Columbia. Por aquellas casualidades de la vida, enfrente vivía Katharine Hepburn y el propio Benton relataba que, un día, mientras estaba estudiando, miró por la ventana y vio a la actriz dando un beso a Spencer Tracy en la calle porque él se iba a trabajar. Aquello le marcó porque no hizo más que reafirmarle en la idea de dedicarse al cine. En cuanto terminó sus estudios, no dudó en asociarse con su mejor amigo, David Newman y se pusieron manos a la obra porque Benton tenía una idea rondando la cabeza. Su padre había sido predicador en el Medio Oeste y fue el encargado de oficiar el funeral de dos bandidos famosos en los años veinte que respondían a los nombres de Bonnie Parker y Clyde Barrow. Con esos mimbres, Benton y Newman escribieron el guion de Bonnie and Clyde, película señera de los últimos sesenta que fue ofrecida primero a François Truffaut, luego a Jean Luc Godard y, por último, al cineasta americano más parecido a la corriente de la nouvelle vague francesa que no era otro que Arthur Penn. El resultado fue un éxito sin precedentes, catapultando al estrellato a Faye Dunaway y reafirmando el ascenso imparable de Warren Beatty.


Con el éxito a sus espaldas, Benton y Newman abordaron el viejo Oeste con una perspectiva abrumadoramente cínica para Joseph Mankiewicz en El día de los tramposos, una película de ladrones, cárceles y engaños con unos extraordinarios Kirk Douglas y Henry Fonda en los papeles principales. A pesar de todo, fue un fracaso, aunque totalmente inmerecido, y la pareja de guionistas, decididos a ser versátiles como el que más, se pusieron manos a la obra con un homenaje a las screwball comedies de los años treinta y escribieron para Peter Bogdanovich el guion de esa maravillosa comedia que es ¿Qué me pasa, doctor?


El éxito de este último guion animó a Benton a pasarse a la dirección, continuando con la colaboración de Newman en el guion y lo hizo con una película que, de alguna manera, también bebía de El día de los tramposos y se tituló Pistoleros en el infierno, con Jeff Bridges en el papel principal de esta historia de pícaros en el viejo Oeste. No fue demasiado bien, pero Benton tenía otro as en la manga. ¿Qué pasaría si un viejo detective, de aquellos que pateaban las calles en los años cuarenta, se viera involucrado en un caso ya en su tercera edad? Eso es lo que plantea la excelente El gato conoce al asesino, con un maravilloso Art Cartney en el papel principal, achacoso y con la inteligencia intacta dentro de un mundo que ya no es el de las luces de neón de los cuarenta. Una excelente película que sitúa a Robert Benton como uno de los directores más interesantes de mediados de los años setenta.


Robert Benton, eso sí, comenzó a ser un nombre en boca de todos, con su siguiente película. Kramer contra Kramer fue su gran éxito, la película por la que todos le recordarán al narrar crudamente un divorcio traumático con el hijo de corta edad en el centro. Dustin Hoffman y Meryl Streep se llevaron su primer Oscar en esta película, que también significó el premio para Benton y ha quedado como uno de esos melodramas inolvidables que, de alguna manera, siempre se ha demandado a Robert Benton que siguiera haciendo aunque él, fiel a su versatilidad y a esa obsesión por retratar héroes que siempre van a contra corriente, no ha hecho demasiado caso.


Se piensa mucho su siguiente proyecto y se decide por un homenaje descarado a Alfred Hitchcock con Bajo sospecha, una turbia historia de misterio, excelente en su planteamiento y en su definición, con Meryl Streep y Roy Scheider como protagonistas que, no obstante, fue un fracaso en taquilla. Se resarció con creces con En un lugar del corazón, un melodrama de superación que significó otro premio de la Academia para su protagonista, Sally Field y que nos descubrió el talento magnífico de un actor, por entonces completamente desconocido, como John Malkovich.


Pinchó en hueso con su siguiente película, una pretendida comedia de misterio titulada Nadine, con Kim Basinger y Jeff Bridges. El resultado fue tan malo que Benton siempre quiso repetir con Basinger porque sentía que “le debía una película”. No pudo satisfacer su pretensión. Nunca volvió a trabajar con ella. El fracaso estrepitoso de esta película le relegó de los primeros puestos en la dirección de la época y tardó cuatro años en volver a ponerse tras las cámaras y lo hizo con la aceptable Billy Bathgate, retrato algo tenue del mundo de la mafia, con un excelente Dustin Hoffman en el papel principal y con Nicole Kidman y Bruce Willis apareciendo por allí. Otros tres años de hiato y sorprende con una comedia de altura, de esas de sonrisa y listeza, titulada Ni un pelo de tonto, con un maravilloso Paul Newman acompañado de Jessica Tandy, Bruce Willis y Melanie Griffith. Algunos, incluso, quisieron ver que este Newman avejentado y ventajista es un retrato de la ancianidad que hubiera sido la segunda parte ideal de Hud, aquel vaquero de sentimientos duros y desarraigados que Newman interpretó a principios de los sesenta al lado de Patricia Neal.


Cuatro años después, Benton regresó al cine negro con una de las mejores películas del género en los noventa. Al caer el sol, con Newman, Susan Sarandon, James Garner y Gene Hackman con una trama nostálgica y brillante en pleno Hollywood que nos dejó, posiblemente, un gran regalo que muchos no han sabido apreciar. 


Las dos últimas películas de Robert Benton no estuvieron a la altura de su talento y de su condición. La primera de ellas fue La mancha humana, con Anthony Hopkins y Nicole Kidman, de la que se esperaba mucho al estar basada en una novela de enorme prestigio de Philip Roth y que no pasó del aprobado justito. La otra fue El juego del amor, con Morgan Freeman dominando la función basada en un sentido mágico del amor, ese gran desconocido que creemos controlar cuando es el sentimiento más incontrolable de todos. Una película agradable de ver, pero corta en ambiciones y en el talento que se supone a su director.


Robert Benton sólo nos dejó una muestra más de su talento en una película tan atípica y tan arrolladoramente buena y desconocida como La cosecha de hielo, con John Cusack y Billy Bob Thornton de protagonistas y la dirección de Harold Ramis, una aguda incursión en el cine más perplejo sobre unos tipos que quieren aprovecharse y tienen que vérselas con las situaciones más sorprendentes y los enemigos más inesperados. Una excelente película con un guion brillante que no ha tenido el reconocimiento que merecía.


Robert Benton se retiró en 2007, ya hace dieciocho años, y nos dejó huérfanos del estilo y de la clase de un gran cineasta que nos retrató las dificultades de una serie de personajes al oponerse a las reglas establecidas. A menudo, triunfaron, igual que él. No, no tenía ni un pelo de tonto, porque sabía que, en cada uno de sus protagonistas, anidaba una parte, aunque fuera pequeña, casi ínfima, de todos nosotros. Así era. Cercano y deambulando alrededor de la genialidad.


César Bardés

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