Y así, como el tipo es un poco inútil y ha decidido declararse en esa condición, le van empleando para los distintos experimentos necesarios para servir como conejillo de indias. En todos y cada uno de ellos, muere. En ese momento, se le reimprime, se le inserta una memoria con sus recuerdos propios, y vuelta a empezar. Si una vez se le utiliza para comprobar el efecto de los virus presentes en el aire de ese planeta, en otra se le encarga un trabajo imposible en el espacio exterior. Es morir y morir y morir otra vez. Una muerte tras otra. Y, como su inteligencia es más bien cortita, se lo toma con cierto humor de perdedor.
Al otro lado, la clase dirigente. Déspotas, estúpidos hasta decir basta, con la palabra justa para enardecer los ánimos y prometer recompensas que nunca se conceden. Colonización a cualquier precio con un mínimo afecto por la vida humana. Por ahí también andan una especie de gusanos, habitantes originales del planeta en cuestión, que parecen animales, pero que no lo son. Tienen su lenguaje propio y, además, son más hábiles políticamente que el cerdo pseudonazi que comanda a los humanos. Todo muy gamberro.
Bong Joon-Ho destila bastante coherencia en el desarrollo del argumento. En esta ocasión, al contrario que en La sustancia, los sucesivos clones viven con los recuerdos del anterior y todo tiene una cierta lógica. Sin embargo, la película tiene un error de base de bastante enjundia y es que, al menos para el público en general, no tiene gracia. Pretende ser una fábula de ciencia ficción que no se toma en ningún momento en serio, que acaba por ser su mayor virtud, pero que no arranca ni una leve sonrisa en el grotesco ir y venir de ese héroe que anda regular de listeza y que, en el fondo, todo le da bastante igual porque no tiene un lugar donde vivir. Es como si Terry Gilliam le hubiera echado una mano (y esto no lo digo al azar) al director coreano y tuviéramos uno de esos cuentos algo recargado de estética, bastante largo de narración y que tampoco es que sea nada espectacular. Eso sí, no faltarán los amantes de la hipérbole que, con imperativos categóricos, dirán que es una maravilla de las maravillas maravillosas que sólo podían salir de la mente de un genio.
Robert Pattinson encabeza el reparto con un doble papel que, realmente, demuestra muy poco. Al pobre Mark Ruffalo alguien le debería decir que tiene la suficiente capacidad como para hacer un papel normal y no siempre el de alguien desatado y fuera de los cánones normales de la interpretación después de Pobres criaturas y ésta. Sorprende ver bastante desencajada a una actriz habitualmente tan centrada como Toni Collette y, prácticamente, se podría decir que la mejor actuación de la película corre a cargo de la gusana reina. Y es que no es fácil ser un buen facsímil. Entre otras cosas, porque querer la originalidad a través de un humor que, ni mucho menos, es gracioso, puede echar por tierra cualquier intento de calidad. Si van a ir a verla, no sean copias. Sean originales.
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