La gran metáfora (Parásitos) - Berenjena Company

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25 ene 2020

La gran metáfora (Parásitos)


Existen algunos organismos microscópicos que sólo pueden vivir si viven pegados a un animal, o, quizás, a una persona. Son totalmente dependientes y, en algunos casos, también son invisibles para el anfitrión. Simplemente se camuflan y tratan de absorber algo de la vida que no son capaces de buscar. Sin embargo, todo ser vivo comete errores. Es posible que haya un exceso de confianza en el disfraz, o que no se haya contado con otros organismos que también se aprovechan del anfitrión. En cualquier caso, nadie puede negar que hay una cierta dosis de maldad en esa forma de vida.

Todo puede comenzar como por casualidad, prolongarse por inercia y establecerse por insistencia. La cuestión es sembrar el camino de trampas para que el todopoderoso anfitrión se sienta cómodo, asegurado, en buenas manos, ajeno a las intenciones del huésped. Puede que, en el fondo, sea un intento de probar algo de un estilo de vida cruelmente vedado a algunos. O que haya un poso de rabia en una venganza social de consecuencias imprevisibles. La lluvia se lo llevará todo y la miseria siempre amenaza con sus largas manos oliendo a callejón. Basta con engañar a los ingenuos, beber hasta perder la noción del tiempo, tener un par de detalles con clase y querer algo más. En esas condiciones, el organismo huésped permanecerá hasta que ya no haya más sangre para chupar. Es la eterna y mimetizada confrontación entre lo alto y lo bajo, entre la clase más privilegiada y la más castigada, entre la arrogancia y la humildad. Muchas batallas en un entorno postmoderno y amplio, como la moral de unos y de otros.

Podríamos decir que el director surcoreano Bong Jung-Ho, que ya sorprendió hace algunos años con Memorias de un asesino en serie, ha realizado la película que a Joseph Losey le hubiese gustado hacer. La invasión en la intimidad, la asunción de papeles y personalidades ajenas, la sorpresa y el desencanto están presentes en esta película a la que no se puede negar la calidad. Quizá, en algún momento, haya concesiones al retorcimiento un tanto delirante, pero el entramado en esta historia de terrorismo social es apasionante y duro, pensado y sugerente, y también ágil y con capacidad para la sorpresa. Al mismo tiempo, contiene una cierta vocación de denuncia incómoda contada con la inclusión de ciertos detalles que guardan importancia. Tanto como la vida arrastrada. Tanto como la vida regalada.

Los sueños, en el fondo, también son un esbozo para los planes y casi nunca se cumplen. Puede que el instante de la catarsis llegue con un abrazo, o sea sólo un deseo que se pierde en un papel y en una señal. Por el camino, habrá mucho dolor por la pérdida de la dignidad, y la certeza de que no se puede conseguir nada por el lado de la honestidad. Tal vez porque vivimos en un mundo en que sólo hace falta parecer honrado sin necesidad de serlo. Tal vez porque ansiamos demasiado cuando el recorrido vital se empeña en encerrar todos los deseos en un semi-sótano. También esos organismos huésped saben, y se mienten, que arruinan todo lo que tocan, pero que quieren seguir existiendo a pesar de todo. Aunque al día siguiente puede que tengan que emigrar para buscar a otro anfitrión. No hay demasiadas salidas y el olor a rábano lo inunda todo para hacer aún más grande la humillación. Para quitárselo de encima, puede que el mejor plan, por una vez, sea no tener ninguno. Y habrá que esconderse mucho para que nadie acabe con todas las esperanzas, por pequeñas que sean.     


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