Mariposas en el estómago (Jojo Rabbit) - Berenjena Company

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19 ene 2020

Mariposas en el estómago (Jojo Rabbit)


No hay nada más influenciable que la mente de un niño. Es muy fácil meter cualquier idea en su cabeza si se envuelve adecuadamente. Quizá los uniformes puedan ser un buen gancho. Y más aún si se le dice una y otra vez que es una pieza única de un engranaje que es perfecto y que sirve a los más altos ideales posibles. El problema es cuando el niño deja de tener pájaros en la cabeza y comienza a sentir las mariposas en el estómago, cuando los afectos ya no van de fuera hacia dentro sino al revés. Un mundo de posibilidades, que hasta ese instante no había contemplado, se abre ante él. Y lo peor es que son todas mucho más razonables.

En ese estado de dulce inconsciencia que es la infancia siempre hay sitio para un amigo imaginario, para creer a pie juntillas que su país es el mejor de los mejores, que el enemigo es monstruoso no sólo moralmente, sino, sobre todo, físicamente y que tiene garras, colmillos, cola y hasta escupe corrupción en lugar de palabras. Son los últimos meses de la guerra y todo está perdido, pero resulta mucho más agradable pensar que Alemania va por delante, que la victoria está cerca y que ese incomprensible mundo de adultos es el que se encarga de las noticias agoreras.

Una de las cosas peores de la guerra es que no es tiempo para niños. Son seres que ni saben, ni comprenden, aunque crean dominar los dos verbos. La perfección racial se puede ir al traste por un estúpido accidente y las cosas comienzan a descuadrarse peligrosamente. El amigo imaginario de bigote incompleto no busca su felicidad, sino machacarla hasta la desgracia, las referencias desaparecen y se abre un abismo insalvable de falta de cariño y de protección. Todo ello, sin perder el humor, sin salirse de la sátira, pero tampoco del cuento para niños de más de doce años. Las mariposas en el estómago van creciendo y es hora de encarar la vida con las cicatrices bien cerradas, la alegría bien liberada y el baile presto para celebrar algo tan liviano como la libertad.

Taika Waititi ha escrito, interpretado y dirigido la película con un saludable desenfado dejando una película curiosa, que nunca se sabe hacia dónde te lleva, con la ironía algo desenfrenada y algunos toques grotescos para confundir la realidad con lo que cree ver esa mente infantil embaucada y reanimada. No deja de ser un intento original, a ratos divertido, con un trasfondo ineludiblemente trágico y obligatoriamente suave que mueve más a la media sonrisa que a la media tristeza. El propio Taika Waititi interpreta al amigo imaginario del niño protagonista dando rienda suelta al histrionismo y deja la tarea de interpretar a Scarlett Johansson y, sobre todo, a Sam Rockwell que vuelve a dar un par de lecciones sobre un personaje deliberadamente ridículo y enternecedoramente noble. Mención especial merece esa escena de la visita inesperada de la Gestapo en la casa del chaval en la que se combina una inusitada amabilidad con un terrible fondo agresivo y ladino.

Así que es tiempo de ponerse en los ojos de Roman Griffin Davis, el niño-actor que da vida al personaje principal, y asistir a su apertura, a su inicial camino hacia la madurez a través del desengaño. El enemigo se halla a las puertas y más vale esquivar las últimas bombas y ponerse a resguardo para lo más difícil que viene después. La simpatía va de mirada en mirada y se acaba con la impresión de que ha sido mejor tener tres cuartos de alma de niño que ver esta película con la retorcida mente de un adulto.
                                                                                                 

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