Hacía falta algo de sangre nueva en la franquicia para revitalizar el eterno relato de los dinosaurios dominando la Tierra. Y se ha conseguido gracias a que tras las letras se halla un guionista de enorme categoría como David Koepp y que en la dirección se erige el tipo que hizo la que, posiblemente, sea la mejor película del universo Star Wars de la última época como es Rogue One y que responde al nombre de Gareth Edwards. El resultado es una película que entretiene con creces, con algún que otro elemento sobrante que no empaña la valoración final y con dos o tres secuencias admirablemente bien tensionadas con homenaje incluido al Tiburón, de Steven Spielberg.
Y es que hay que saber jugar con cartas ganadoras. Por supuesto, se reincide en los malvados ejecutivos que quieren sacar provecho del error que se cometió con la reproducción genética de los animales antediluvianos y con la consabida familia metida de lleno en las fauces…perdón, en las garras, perdón, en la intrincada selva prehistórica huyendo despavoridos de los colmillos más afilados de la creación. Sin embargo, hay momentos muy buenos, que consiguen mantener la atención, faltando, quizá, algún susto y adentrarse sin miedo en los terrenos siempre resbaladizos del terror, pero el aprobado alto no hay quien se lo quite, aunque se use y se abuse de la mutación de dinosaurios creados con el cruce de diversos ADN en el sempiterno juego del hombre queriendo ser Dios.
Por otro lado, Scarlett Johansson aporta una interpretación relajada, sin realizar demasiado énfasis en los intervalos dramáticos que explican su personaje. A su lado, bien por Jonathan Bailey que, por una vez, hace de un científico que es algo más que un comparsa culpable. Mahershala Ali, por su parte, también tiene un par de pasajes de cierta altura y el conjunto hace que todos nos traslademos a la enésima isla en la que el hombre intentó manipular la creación de animales que ya tuvieron su oportunidad y que, en esta ocasión, revelan el cansancio que el público acusa sobre ellos y la inevitable debilidad física en un mundo que, sencillamente, hace mucho que los rechazó.
Así que vamos a por sangre, que diría aquel. Se pueden salvar blablabla miles de vidas con la investigación de fármacos derivados del ADN de estos animales que ya no son sólo del cretácico sino que campan por sus respetos comiéndose a un humano por allí, a un coche por allá y a una embarcación por acullá. No olviden ir bien pertrechados, con un rifle que lanza balas de jeringa y que, en un ingenioso método, inician un vuelo de paracaidismo científico. Más que nada porque cualquier día puede ser el último y todavía con buenas cantidades de razón si al doblar la esquina se encuentra usted con un parasaurolophus que se niega a darle los buenos días. Y quien dice un parasaurolophus, dice un mosasauro, o un Tyrannosaurus que se solaza en la hierba alta de unas palmeras.
Ah, sí, otro aspecto importante y muy cuidado de la película es el de los escenarios. Muchos de ellos, sin duda, adornados y modificados por los correspondientes gráficos de ordenador, pero impresionantes. Prácticamente, son un personaje más dentro de esta trama que se olvida casi totalmente de las tres anteriores y que, como dice su título, inicia un camino de renacimiento de la serie que es difícil de prever. No se preocupen. Seguro que habrá otra empresa malvada del diablo que se encargará de resucitar de algún modo la débil naturaleza de estos monstruos gigantescos maquinando un uso militar, o genético, u hospitalario, o especulativo. De eso pueden estar seguros. Dependerá nuevamente de quién se haga carga de la próxima entrega.
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