LALO SCHIFRIN: MÚSICA IMPOSIBLE - Berenjena Company

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10 jul 2025

LALO SCHIFRIN: MÚSICA IMPOSIBLE



A finales de los años cincuenta, el trompetista y compositor de jazz Dizzy Gillespie realizó una gira por Sudamérica y, en una noche libre, fue a un pequeño club a escuchar a un pianista que le habían dicho que merecía mucho la pena. Era un jovencito de veintisiete años que sorprendió al maestro por la originalidad de sus ritmos. Al acabar la presentación, fue a hablar con él y le prometió que le llamaría para que se trasladase a Estados Unidos para tocar juntos. Un año le costó a Gillespie encontrar el hueco para ese pianista, pero Lalo Schifrin, que así se llamaba, comenzó a tocar con ese música de trompeta torcida y hasta el mismísimo John Coltrane quiso que le acompañara en algunos de sus conciertos.


Alguien habló a Lalo Schifrin de las posibilidades que se abrían ante él en la composición de la música para películas. Al principio, no le dio mucha importancia, pero surgió la oportunidad a través de un largometraje de serie B que se estaba preparando con el título de Rinocerontes blancos, una cinta ambientada en África sobre unos cazadores que le daba a Schifrin la posibilidad de experimentar con ritmos africanos. La película, protagonizada por Harry Guardino, Shirley Eaton y Robert Culp, nunca pasó de la exhibición en circuitos de cines de barrio, pero todo el mundo salía del cine elogiando aquella música poderosa que contenía.


Años después, el productor televisivo Bruce Geller vio la película y creyó que aquel tipo era el indicado para componer la sintonía de la serie que estaba preparando para su estreno en televisión. Su título era Misión: Imposible. Schifrin entregó una banda sonora rutinaria, pero Geller le dijo que aquello no era lo que estaba buscando, que lo que quería realmente era algo que hiciera que, si alguien estaba lavando los platos y sonaba la sintonía, dejara lo que estuviera haciendo porque empezaba la serie. Schifrin lo entendió perfectamente y quiso investigar un poco para ver qué podía hacer. Se dio cuenta de que la letra M, en Código Morse, eran dos largas; y la letra I, eran dos cortas. Con esa premisa, Schifrin dio a luz una de las sintonías más famosas de la historia de la televisión y, posteriormente, del cine.


Paralelamente, Schifrin continuaba con su aportación al cine con películas como El último homicidio, una banda sonora vital dado que una buena parte de su acción ocurre en un club de jazz; o, por supuesto, los magnéticos acordes de El rey del juego, de Norman Jewison, pero también las tonalidades del medio Oeste en una película tan recordada como La leyenda del indomable, de Stuart Rosenberg, con un inconmensurable Paul Newman, o uno de sus mejores trabajos en Bullitt, de Peter Yates, acompañando a Steve McQueen con una combinación jazzística moderna entre la serenidad del personaje y la trepidante trama. También fue el autor de ese inolvidable tema Burning bridges, interpretado por la Mike Curb Congregation para Los violentos de Kelly, de Brian G. Hutton.


Su aportación a la banda sonora de películas fue inapreciable. Con un estilo vanguardista y, a menudo rompedor, Schifrin era un buscador de ritmos incansable y especialmente lúcido, que hacía que la banda sonora no fuera un mero acompañamiento, sino también una caja de música que se quedaba grabada con facilidad en la mente del espectador. Así fue en Harry, el Sucio, de Don Siegel, o en la que, posiblemente, fuera la mejor película que hizo Bruce Lee, Operación Dragón, hoy irremediablemente trasnochada si no es por su espléndida banda sonora. 


Otros títulos tan importantes en la historia de la música en el cine se agolpan en su filmografía como la excelente La gran estafa, de Don Siegel, o las bandas sonoras de series como Mannix o Starsky y Hutch, que deben gran parte de su agilidad a la música de Schifrin. También podía ser casi solemne en otro tipo de películas como Ha llegado el águila, de John Sturges, o el excelente trabajo que realiza para Brubaker, de Stuart Rosenberg, con Robert Redford destapando las carencias del sistema penitenciario. Resulta especialmente sutil para Billy Wilder en su última película Aquí, un amigo y violentamente ambiguo en Clave: Omega para Sam Peckinpah. Tampoco hizo ascos a la ambientación del cine de espionaje en El cuarto protocolo, haciendo que la prisa por caza al espía ruso con una bomba atómica casera fuera especialmente agónica.


En su larguísima filmografía de más de doscientos títulos, Schifrin dejó un legado de avances considerables en la búsqueda de música para unas imágenes que fueron mucho, mucho más poderosas a través de sus melodías imposibles y su pasión por remover al oyente de su asiento. Un grandísimo compositor. 


César Bardés

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