Guía para el espía moderno (Operación Fortune) - Berenjena Company

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5 ene 2023

Guía para el espía moderno (Operación Fortune)


Todo empieza con unos pasos que resuenan a lo largo de un pasillo. Acompasados, fuertes y decididos. Podrían recordar incluso a aquellos otros en los que Lee Marvin clavaba tacones en el túnel de A quemarropa. Y entonces, desde ese momento, se trata de montar una operación de espías que podríamos denominar como El desenfado de James Bond, con smoking, mujeres, cibernética y algo de ironía. Sólo que en esta ocasión, el director Guy Ritchie no deja que la gracia resida en la perplejidad, sino en la constatación de la supremacía de los estúpidos.


Y no es que no haya listos en esta historia. Los hay. De hecho, el personaje femenino más importante es más avispada que todos los hombres juntos. Sin embargo, Ritchie comete el error de dejar de lado esa retranca violenta que tan buenos resultados le ha dado en Snatch o, incluso, en The gentlemen y se centra  en ofrecer un espectáculo de acción entretenido, bien coreografiado en sus escenas más complejas, con algún que otro diálogo de cierta altura, pero despojando todo de ese cinismo tan característico de algunas obras anteriores.


Sorprende ver el regusto que Hugh Grant le está tomando a interpretar a malvados verborreicos que son más pesados que una vaca en brazos y no deja de ser una broma el hecho de intentar convertir a Josh Hartnett en un moderno Steve McQueen con referencia explícita a Bullitt. Jason Statham hace lo de siempre y Carey Elwes, aquel pirata Roberts que sedujo a todos en La princesa prometida comienza cogiendo el timón con fuerza y lo va soltando hasta ser, simplemente, un coordinador con cascos digitales. Por supuesto, el argumento tiene uno o dos flecos que merecerían ser repasados, pero en conjunto la película se deja ver siempre y cuando no se exija demasiado porque Ritchie, ya se sabe, dejó de tener ambiciones desde hace algún tiempo y ya no pretende la carcajada gamberra sino, sólo tal vez, la risotada puntual dominada por la sorpresa.


Todo se articula en torno al supuesto misterio que representa algo de incalculable valor que ha sido robado de un laboratorio de Odessa y que, en teoría, nadie sabe lo que es a pesar de que se tienen noticias de varios compradores dispuestos a pujar. Lo malo de todo es que, cuando se sabe lo que es, tampoco es nada de lo que nunca hayamos oído hablar y que, además, obedece a un plan archisabido para destruir el modo de vida occidental, tan odiado y tan deseado a partes iguales. Hay que localizar intermediarios, convencer, asesinar aquí y allá, robar, descifrar, utilizar…en realidad, esta serie de palabras es bien inútil porque es exactamente lo que se espera de la historia, todo en sus debidas dosis bien jalonadas a lo largo del metraje. Los espías, salvo la chica, son de dos dimensiones, dedicados a lo suyo como grandes profesionales, pero no les saques de ahí que se pierden porque hay alguno que tiene hasta ciertos problemas psicológicos. Los vinos parecen estar en todas partes, ofreciendo sabor, textura y aroma, pero no funciona demasiado bien como metáfora del propio cine de Guy Ritchie. La banda sonora es funcional y adecuada y los distintos escenarios mundiales siempre están retratados con espectacularidad salvo Madrid, cuyo aeropuerto más bien parece el de Nairobi. Por lo demás, alguna que otra pelea de buenos mandobles, disparos a las doce y a las tres y ausencia total de historia de amor. Es tiempo de dejar las vacaciones y volver al trabajo y Orson Fortune se encargará de que eso sea lo menos traumático posible. Especialmente tras hundirle el cráneo a un par de sicarios que se han acercado a decirle unas cositas al oído.


César Bardés

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