La dentadura de Hitler (Canallas) - Berenjena Company

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2 abr 2022

La dentadura de Hitler (Canallas)



Pringados hay en todas partes. Aunque quieran pasar por canallas listos de rondón. Y hay algunos que lo son toda la vida. Pringados y canallas. Así que hay que atarse los machos para tragar con estos tipos que pretenden timar allí por donde pasan mientras malviven al día. Es lo único que queda cuando la realidad acaba por ser tan fea que no merece ni una sonrisa. Criadillas e ingenio. Y todo lo que quieras por ti, prenda.


Ahí tenemos a los tres interfectos. Uno de ellos es el marronáceo, el que se come todos los embarques, al que le gusta presumir cuando apenas es un insecto. Tiene su gracia porque pierde aunque intente ganar y se estrella tanto que tiene los piños como un portal con dos sillas. Y en cuanto tiene guita, le vuela como las gaviotas. Además, el tío no se corta un pelo, nunca mejor dicho porque no tiene ni uno en la cabeza, y aconseja a su hija que no estudie, que eso no sirve para nada, que es mucho mejor entrenar con un yo-yo que, como todo el mundo, es una carrera de futuro. Otro es el enteradillo, el que tiene recursos y no todos buenos. Se esconde detrás de una cierta agudeza lingüística de barrio desconchado. Y pica de aquí y de allá. Como una urraca que intenta robar todo lo que brilla. Por algo le llaman Brujo. El tercero es el sereno, el más asentado, la voz de la razón y quien suele poner el punto final a las discusiones. Tiene su gracia el fulano porque se ríe a la mínima y lo toma todo por la máxima. El caso es que quiere tener algo más de anchura para poder disfrutar de su pensión y de su tranquilidad. Y el tipo no aprende que, con sus dos compañeros, no va a tener calma ni para el alma.


Daniel Guzmán intenta mezclar la comedia con el realismo y sale una película algo atropellada en algún momento, con algún pico brillante y con cierta tendencia a centrarse más en los detalles que en lo que verdaderamente importa. A su lado, Luis Tosar, efectivo y divertido, y, sobre todo, Joaquín González en la piel curtida de ese timador de traje y corbata que se ve envuelto en plásticos para un tratamiento exfoliante. También hay que destacar el desparpajo en los diálogos de Víctor Ruiz en el papel de Jacinto, el anciano conquistador que sabe más que los taxistas y que se conquista a la más pintona de las abuelas, porque él es un hombre serio que conoce la calle como las rayas de la mano y se pone casco para pasar como un rayo con su moto por las calzadas rotas de suerte. El resultado es una película ligera, divertida en algunos pasajes, estrambótica en otros, italiana de vocación y española por convicción. Un pasatiempo de canallas de piel de camiseta y maletín falso que abusa del grito, de la discusión y que acaba con autoridad en un enredo de cierta gracia.


Así que habrá que echarse mano a la cartera por si acaso ha desplegado sus alas y se va de excursión con las tonterías de tres pícaros de siglo moderno que arrastran su desgracia al mismo tiempo que su bajo ingenio. Las ventanas de los edificios de los suburbios les mirarán atónitos, tratando de encontrar algún rayo de esperanza en perdedores de vocación y liantes por devoción que intentan sacar la cabeza de la arena mientras unos y otros quieren cobrar las deudas de rastro baboso que van dejando con cierto aroma de circo de tres pistas. Mientras tanto, las mentiras se sucederán, el chanchullo tomará forma de vida y el siguiente giro podrá ser la curva más peligrosa. Perder es la consigna. Sólo los más avispados sobrevivirán. Hitler echará una mano enseñando sus dientes para completar un último golpe. Ese mismo que lleva hasta la cima de un rascacielos.


César Bardés

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