Dos cigarrillos en la noche (Drive my car) - Berenjena Company

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10 feb 2022

Dos cigarrillos en la noche (Drive my car)



En ocasiones, las almas se van apagando lentamente porque han tratado de seguir adelante pasando por encima de algunas cosas que han dejado profundas cicatrices. Es mejor no pensar en aquello que se quiere olvidar y ahí es donde el alma se resiente, se va consumiendo, hasta ser igual que la brasa de un cigarrillo en la noche, expeliendo una luz minúscula, apenas perceptible, aún rescatable, pero en trance de ceniza. No es fácil vivir y, de vez en cuando, otro tiene que conducir el coche. Tal vez para comprobar que los desvíos ayudan también a volver a la carretera principal.


Un ojo se va cerrando y el destino quiere ser cruel con alguien que ya ha sufrido mucho. Chejov acecha en las sombras y en las tablas y el tío Vanya parece que tiene algunas líneas escritas para aplicar a la misma vida y a la misma desgracia. El alma en Chejov también se apaga, tratando de buscar respuestas, pero sin formular ninguna pregunta. Y puede que se necesite un chófer para guiar al alma al fondo de la cuestión, al hecho irrefutable de que, cuando se sufre una pérdida, no hay nada que pueda sustituirla y de que haber permanecido quieto cuando había que moverse desarrolla un imparable sentimiento de culpa con el tiempo como testigo silencioso.


Los diálogos de El tío Vanya parecen tomar fuerza cuando deben ser mostrados y pensados. Hay que interiorizar cada una de sus líneas para que los intérpretes formen un solo cuerpo con la intención y con el espíritu. Y no hace falta que las palabras sean pronunciadas, basta con la voluntad cumplida y algunos momentos de calma para ordenar los sentimientos. El coche no se para y quedará como recuerdo indeleble de alguien que no tuvo alegría y que encontró un camino. El trabajo será el testimonio de alguien que no tuvo caminos y que encontró algo de comprensión. Mientras tanto, los kilómetros caen, las verdades se quedan en extrañas parábolas al mismo borde del placer, las lágrimas sólo pueden salir al filo de una colina derrumbada, la basura es nieve y el frío se confunde con la espera para que lo que está más escondido salga a la luz de una ciudad que murió y volvió a renacer. 


Quizá Drive my car peque de cierta morosidad nipona y tenga alguna escena alargada de más, pero no deja de ser un viaje hacia los sentimientos reprimidos que, cuando dejan sus huellas en el exterior, llegan a hacer que las personas den lo mejor de sí mismas. Puede gustar a aquellos a los que le gusta la reflexión y la pausa, o disgustar a los que esperan que pase algo más. De lo que no cabe duda es que es una historia interesante sobre la naturaleza del ser humano, sobre la imaginación y sobre la capacidad para soportar la vida. El resto son sólo trayectos para alcanzar un destino. A menudo, tortuosos. A menudo, difíciles. A menudo, inmerecidos.


Y así, en la noche, la brasa de dos cigarrillos comenzará a brillar con algo más de fuerza para alcanzar nuevos principios y perdonarse a sí mismos por culpas de omisión. En algún momento, en ese viaje de última hora nacido de la violencia y de la decepción, del último vestigio que aún ataba al protagonista con su pasado, habrá alguna caricia cercana que recuerde que la felicidad existe, roza el rostro y se vuelve a ir. Puede que vuelva. Puede que no. Y, tal vez, en eso consista vivir.


César Bardés

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