El absurdo de las teclas (La crónica francesa) - Berenjena Company

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23 oct 2021

El absurdo de las teclas (La crónica francesa)



No hay ninguna duda de que es mucho mejor publicar una revista en Francia que en medio de Kansas porque todo el mundo sabe que allí, en la vieja Europa, es donde se da cita el deseo del turismo, el poder del arte, la auténtica progresía y la más alta de las cocinas. La muerte, sin embargo, es igual en todas partes. Así que es la hora de publicar un último número de esa revista absurda, ilógica y perpleja para honrar a su fundador. El pobre se ha ido de repente y la herencia es explícitamente de cerrojazo y buenos días.


Así que, de alguna manera, se nos van a contar visualmente los últimos artículos de tan espléndida edición. Las mejores plumas refugiadas van a escribir líneas maravillosas sobre sus temas preferidos. El problema es que la estructura de la película es brillante, pero lo que se cuenta no lo es tanto. Wes Anderson, con su habitual estilo plano y perplejo, nos irá desgranando el absurdo de esas eminentes teclas con unas historias que no llegan, que resultan plomizas y, ni siquiera, son demasiado graciosas. En algún momento, incluso, se puede adivinar algún que otro signo de arrogancia porque cree que, entre homenajes a Tati, a Hitchcock y a Hergé, es agudo e ingenioso y si el público no lo cree así, es que no entiende nada. 


Sin embargo, Wes Anderson coloca algunas trampas, como es colocar toda una retahíla de rostros conocidos en las cuatro historias que narra, con sus correspondientes prólogo y epílogo, para rendir una especie de parodia ridícula hacia el llamado “creador” frente al testimonio de amor al cuerpo resultante del esfuerzo colectivo a la hora de la edición de cualquier publicación. El resultado es largo, bastante aburrido y un poco vacío de contenido. No todo puede ser envoltorio que, eso sí, en esta ocasión es maravilloso con su manejo de los colores, sus composiciones de plano casi pictóricas y sus idas y venidas entre los más variados recursos.


Ya se sabe que, en muchas ocasiones, el columnista de prestigio está algo falto de ideas y trata de hacer interesante y grandilocuente lo que es meramente anecdótico. Muchas líneas se rellenan con alguna que otra digresión, con detalles ilógicos y demás trucos del folio. Puede que, incluso, lo mejor se quede en la papelera. Son gajes del oficio. Es mejor no molestar demasiado a las plumas prestigiosas del exilio y dejar que sus cerebros funcionen con libertad. Lo malo es que no siempre la genialidad está dispuesta a dejarse ver en sus frases y en sus temas. Y el último número de esa publicación algo estrambótica que no permite llorar en el despacho del director sea enormemente intrascendente. Mientras tanto, las mismas firmas al pie, asistirán incrédulas a sus propias historias porque, al fin y al cabo, el hombre y la mujer son animales de emociones muy básicas que lloran, rara vez ríen, luchan y rara vez triunfan.


Además es fácil tratar de discurrir por los senderos de la visita, de la revolución, de la locura que suele ser el artista y de la operación culinaria que se monta para resolver un secuestro que también se adentra en el absurdo sin complejos. De algún modo, son tópicos de una idea de Europa que seguro que se aprecian en Kansas sin sorpresa ni perplejidad. La gente de Liberty, Kansas, disfrutará como un lector ávido de curiosidades europeas esta última crónica francesa. Al espectador que acude al cine le costará un poco más porque ya se sabe cuando se lee cualquier artículo. Si no te atrapa en las primeras líneas, se deja y se pasa a otra cosa… ¿Han llegado hasta aquí?


César Bardés

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