Cavando en el corazón (Madres paralelas) - Berenjena Company

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9 oct 2021

Cavando en el corazón (Madres paralelas)



Es muy fácil escribir un artículo diciendo que Pedro Almodóvar ha conseguido dar en la diana otra vez, que sigue en plena forma después del par de lecciones que impartió en Dolor y gloria, que Penélope Cruz y Milena Smit están maravillosas y que, nuevamente, el cineasta manchego vuelve a sus constantes de madres, hijos, homosexualidades y la necesidad de cerrar cicatrices abriendo fosas. Sin embargo, en esta película, Almodóvar ya no parece ese director que transgredía peligrosamente las líneas establecidas.


Lo políticamente correcto parece haber podido con todo lo que pueda decir. Y, bajo esa apariencia de cine de vanguardia, parece haber un poso inequívoco a favor de la corriente. Mientras que en Dolor y gloria parecía desnudar su alma para hacer un brillante ejercicio de metacine y redención, aquí todo es ligeramente previsible, bastante aburrido, como si se convirtiera en un antropólogo del corazón, que cava en él con la esperanza de encontrar una razón en la que apoyarse y, sin embargo, sólo se halla con un puñado de tierra removida.


Y es que parece no querer llevar hasta la última consecuencia lo que podría haber sido una interesante muestra de lo que es el intercambio de destinos, introduciendo un mensaje político totalmente prescindible (no en cuanto a significado, pero sí en cuanto a narración) y con una leve sensación de falsedad sobrevolando sobre toda la película. Penélope Cruz ha perdido en presencia y ganado en dramatismo aunque no puede evitar algunas vacilaciones, Milena Smit se acomoda en un tono monocorde bastante mediocre y Aitana Sánchez-Gijón resulta tan falsa que sólo aparece como sincera cuando actúa. No, no me he vuelto loco. 


Aparte de todo ello, también se aprecia algo de descuido en el director con algunas cosas que parecen no cuadrar demasiado y que evidencian, por ejemplo, que Almodóvar ha asistido a pocos partos con epidural. Por supuesto, es de justicia decirlo, también exhibe otras ideas brillantes, con juegos de montaje y planos de composición excepcionales, porque posee un sentido visual privilegiado que, de nuevo, demuestra con suficiencia. En esta ocasión, puede que eso no sea óbice para considerar esta película como que, evidentemente, no es la mejor de su filmografía. Tampoco la peor. 


Así que es posible que las lágrimas de madres corran por las mejillas para dar rienda suelta al dolor que sienten porque, en el fondo, puede que haya que reconocer cosas que causen la muerte en vida. El corazón juega esas malas pasadas y el folletín ayuda a exacerbar todos los sentimientos. El silencio también debería tener un papel en muchas de los avatares de este raro país que es España. Y el olvido, a menudo, resulta un pecado cuando debería ser una obligación. La exigencia de la vida es mucho mayor cuando se debe amar y, quizá, unos tacones lejanos también nos traen algunos recuerdos que se pasan por alto. Más vale intentarlo de nuevo para sanar cicatrices, más vale escuchar cuando se debe callar. Y compartir un dolor de lo que nunca debió ocurrir, ya sea en el entorno de un hogar o al borde de una carretera. El destino es un cazador caprichoso que, en algunas ocasiones, falla su objetivo y la honestidad puede que no tenga la nacionalidad española. La amarga satisfacción se abre paso y las lágrimas, por una vez, serán justas. Son las bocas de esas catas cavadas en el corazón que abren surcos que deberían estar limpios de rencor, como una madre cualquiera que renuncia a lo que más quiere porque prefiere la verdad antes que la comodidad del futuro.


César Bardés

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