Herman Mankiewicz fue uno de esos guionistas que, por vocación y época, podría haber estado encuadrado dentro de los escritores de la llamada generación perdida a la que pertenecían otras luminarias como Francis Scott Fitzgerald o Ernest Hemingway. Nunca estuvo en París, pero, en su interior, yacía tanto talento o alcohol como los mencionados y poseía una ética que, lejos de servirle para avanzar en su arte, era su tortura personal al trabajar en una industria que se plegaba, sin ningún miramiento, a los poderes fácticos de la época.
Así que, entre trago y copa. Mankiewicz ideó un guión para que Orson Welles diera su primer paso en el cine. El niño prodigio, que a los veinticuatro años de edad consiguió un contrato único en la historia, con un absoluto control sobre su obra, iba a contar con la agudeza y el ingenio de un hombre que convertía todo lo que tocaba en arte, en unos diálogos avezados y brillantes, en un compendio de situaciones que resumían a la perfección la enorme y compleja personalidad de un magnate de la prensa como William Randolph Hearst. Fue el nacimiento de una obra de la grandeza de Ciudadano Kane.
Por supuesto, Mankiewicz se inspiró en muchas otras cosas, además de la soledad que otorga la cúspide, y recogió diversos episodios de su vida para transformarlos en un guión que rompía con los moldes clásicos de todo el cine que se había hecho hasta 1940 y trazaba la figura triste y avasallante de un millonario que había perdido toda posibilidad de cariño y que, en lugar de inspirar cariño, causó, ante todo, temor en los que le rodeaban. Además de eso, desfragmentó la historia, ofreciendo distintos puntos de vista a la consideración de un mito en una estructura que, más tarde, fue copiada por muchos, entre otros, su propio hermano, Joseph Leo Mankiewicz, que decidió contar muchas de sus películas con esa misma estructura.
No cabe duda de que David Fincher, el director de Mank, ha hecho una película importante, fotografiada en un primoroso blanco y negro difuminado para sumergir al espectador aún más en los años treinta y principios de los cuarenta, con diálogos rápidos y punzantes, que cuentan unas cuantas verdades y que, además, en muchos de sus pasajes pueden trasladarse sin ningún esfuerzo a alguna de las situaciones que estamos viviendo hoy en día. Quizá porque no sólo se dedica a retratar motivaciones, inspiraciones y consecuencias que rodearon la génesis de Ciudadano Kane, sino también porque nos sumergimos en la mente brillante, tortuosa y nítida de un tipo que escribía como los ángeles y que debía batallar con sus propias ideas, con sus principios y con su concepto de amistad. Para ello, cuenta con la inmensa complicidad de un actor bien sujetado en esta ocasión como Gary Oldman, que realiza un trabajo extraordinario, creíble en todo momento y más relajado de lo habitual y espléndidamente secundado por Amanda Seyfried, con quien desarrolla una complicidad especialmente atractiva.
Aparte del hecho de que es realmente apasionante acercarse a contemplar figuras que fueron decisivas en la escritura de películas como Charles Lederer, George Kaufman, Ben Hecht y Charles MacArthur, autores de la obra de teatro The front page, que fue adaptada con distintos resultados por Lewis Milestone, Howard Hawks, Billy Wilder y Ted Kotcheff, al propio Orson Welles y a su socio John Houseman, hay que señalar que Fincher, en el tercio final de la película, se atiene a las versiones del propio Houseman y de la crítico de cine Pauline Kael que sostenían que el guión había sido escrito íntegramente por Herman Mankiewicz, cuando hay pruebas físicas en los archivos del American Film Institute que delatan que Welles contribuyó sustancialmente al mismo. Sin embargo, eso no importa demasiado. Es muy posible que el propio director, hoy en día, hubiera dado su bendición a esta película. Al fin y al cabo, Mankiewicz, para él, fue el hombre que le enseñó muchas cosas sobre Hollywood. Y siempre le calificó como “la persona más encantadora que he conocido nunca”. En cualquier caso, estamos ante una estupenda muestra del cine dentro del cine, del proceso de creación, de las respuestas en el fondo de una botella y de un acto de valentía al tratar de describir las miserias de alguien que creyó que la vida se reducía a un palacio en una colina, al coleccionismo compulsivo de obras de arte y a la certeza de que todo lo que quiso le fue arrebatado un día en la nieve a cambio de unos cuantos millones de dólares.
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