Los devaneos con la derrota (Hillbilly, una elegía rural) - Berenjena Company

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14 nov 2020

Los devaneos con la derrota (Hillbilly, una elegía rural)



¿Por qué se conceden siempre segundas oportunidades a quien es incapaz de mantener la estabilidad de un hogar? ¿Por qué se disculpan las debilidades del carácter con la esperanza en fuga? ¿Por qué se obvian las dificultades de la compasión continua? Tal vez, la respuesta a todas estas preguntas es tan sencilla que transcurre indiferente ante la visión de los afectados. Es sólo por amor. Algo que no suele entenderse bien y que, colocado de frente y sin ambages, llega a producir miedo.


Así pues tenemos a una madre con un evidente trastorno bipolar, que suele solucionar las crisis con promesas que nunca cumple, que no para de tener devaneos con la derrota porque es muy posible que llegue a crear adicción. Va de aquí para allá y, sin embargo, no es capaz de enfrentar sus responsabilidades y se acostumbre a vivir en un alambre en el que no permanece en equilibrio. Cae una y otra vez, dañando a todos los que la rodean porque, en el fondo, guarda un gran resentimiento ante su falta de oportunidades. La culpa es de los demás. Y hay personas que la necesitan como respirar. Ella nunca está porque nunca es.


Por otro lado, conocemos a una abuela que ha huido desde que se quedó embarazada. No ha enfrentado los tremendos golpes que ha asestado la vida y, por ello, guarda un cierto resquemor en la conciencia porque no ha solido estar a la altura. Sin embargo, posee toneladas de fuerza y decide tirar del carro cuando las cosas ya son inaguantables. Sólo porque quiere otorgar esa oportunidad a su nieto. La posibilidad de salir del ambiente provinciano y deprimente en el que se mueve. Ese mismo repleto de botellas de cerveza, de lentas tardes en el ínfimo jardín, de peleas absurdas y de descontento sin expresar. No supo ofrecer un futuro a su hija. Y no volverá a pasar.


No cabe duda de que Hillbilly, una elegía rural no sería más que un mediocre melodrama de sobremesa sino fuera por alguna desfragmentación del guión y por el trabajo enorme de Amy Adams y, sobre todo y ante todo, de Glenn Close. En ella se siente el cansancio agotador de la vejez, la humillación de la recta final en la que se sumergen muchos mayores sólo porque son conscientes de que ya tienen muy poco que perder y el orgullo que nunca se pierde al comprobar que alguien que lleva una parte de su sangre vale para algo más que para acabar tumbado con una jeringuilla en el brazo y la frustración aplastante en el ánimo. El resultado es una película correcta, con alguna que otra historia mal contada, con mucha desgracia enseñada y un par de lecciones de vida.


No ha tenido un buen recibimiento en Estados Unidos porque pone en evidencia esa parte de la población inculta, incapaz de hacer crecer al país y de contribuir con algún coletazo de empuje. Sin embargo, la película se esfuerza por mostrar que la inteligencia se debe desarrollar y que hay que crear un ambiente necesario para ello y que, si no es así, no es culpa de las personas, sino, probablemente, del lugar. Hay muchos escalones que separan las lágrimas de impotencia de la arrogancia exhibida y no es una cuestión precisamente de listeza. También lo es de dinero, de desigualdad, de la ausencia de salidas y de un sistema que no tiene ningún reparo en negar lo básico en aras del negocio. Mientras tanto, también es bueno desligarse de lo que se deja atrás para aprovechar las ocasiones que sólo ha brindado el esfuerzo. Y todo puede deberse a una mujer mayor que no podía agacharse para recoger lo caído, pero que poseía toda la fuerza para mantener la mirada limpia y el corazón para abrazar en el momento más indicado.


César Bardés

  

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