Así que no es de extrañar que, cuando viene la peor de las noticias, puede que no haya suficiente valor como para decírselo. El silencio, al fin y al cabo, protege las complicidades, o esos momentos en los que hablas con él verdaderas tonterías y, no obstante, te parecen las más graciosas, o esas canciones que has cantado con él mil veces y siempre deseas que sean mil y una. Siempre quieres una ocasión más para hacer juntos lo que se ha querido en secreto, confesar lo inconfesable o echar unas risas para dejar en suspenso cualquier problema. Por otro lado, te admiras de que sea esa fuerza de la naturaleza que iría a la cara de tu jefe a decirle las cuatro frescas que nunca te has atrevido a soltar. No, no es de extrañar que lo peor abrume y que sea mejor callar para que la felicidad no se escape como se está yendo lo más preciado.
Mientras tanto, la vida sigue y lo que estaba mal, se puede arreglar. Lo imprevisto es capaz de aparecer e, incluso, la ósmosis de sentimiento y estado asoma el hocico con una mirada de auténtica amistad. Son demasiados años riendo a la vez, sufriendo a la vez, venciendo a los días y perdiendo las noches. La alegría debe quedarse…y debe hacerlo para siempre.
No cabe duda de que esta película francesa se ampara en el desenfadado trabajo de Patrick Bruel y, sobre todo, en la estupenda labor de Fabrice Luchini, capaz de pasar de un registro con la facilidad de la confusión que tanto nos asola. La historia está contada desde su punto de vista y, aunque quizá haya algún minuto de más y cuesta avanzar, se acompaña a estos dos hombres que parece que se hallan a la sombra de Jack Nicholson y Morgan Freeman en Ahora o nunca, cuando, en realidad, no tienen nada que envidiarles. Los diálogos se suceden a partir de una situación algo grotesca y compruebas que, después de todo, la muerte es tan absurda como la vida. Precisamente, porque forma parte de ella.
La butaca me acoge con algo parecido a un abrazo, la pantalla blanca espera las imágenes como una chica que espera un beso en sus labios. La gente se saluda, como si se conociera de toda la vida y, en cuanto el haz de luz sale para herir la oscuridad, un aplauso se genera desde el corazón de todos aquellos que están ansiosos de historias y ficciones que siempre han hecho que seamos mejores personas. El cine ha vuelto y, como un niño que esconde regalos a la espalda, está preparando sorpresas, nuevas ilusiones, sonrisas y lágrimas y días de menos penumbra. En algún momento, parece que los nudos se agarran a la garganta, no sólo porque se disfruta de la historia de estos dos hombres que nos enseñan el significado de la amistad, sino también porque el mundo mágico de sueños y cine nos repite, a cada fotograma, que lo mejor aún está por llegar.
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