Lo primero que habría que señalar es que, esta vez sí, Marta Etura se ha hecho con el personaje de Amaia Salazar, algo que no ocurría en la primera parte de esta trilogía del Baztán, El guardían invisible. Yendo un poco más allá, podríamos destacar la excelente banda sonora de Fernando Velázquez y el entrañable trabajo que realiza, de nuevo, Itziar Aizpuru, en el papel de la Tía Engrasi. La dirección de Fernando González Molina es sobria e inteligente y, por momentos, parece que da auténticas lecciones sobre la tensión escénica.
Y no deja de ser difícil convertir a un hermoso bosque en un lugar de aquelarres, de misterios intrincados y de leyendas no demasiado amables, a un pueblo precioso como Elizondo en el lugar donde los asesinatos proliferan y los diablos saltan de casa en casa. Alrededor hay nuevos personajes a los que dar vida y forma, como el algo oscuro juez que incorpora Leonardo Sbaraglia y, por supuesto, el escalofrío que vuelve cada vez que Susi Sánchez está en pantalla. Todo está en orden y en su sitio. Sólo hay alguna pequeña cosa, que siguiendo el argumento desde su primera parte, no te acabas de creer del todo, pero eso no empaña la seguridad de una película que juega con las inquietudes, despierta los pánicos y sumerge en las tinieblas.
Quizá el viaje de Amaia Salazar es para descubrir los demonios que habitan en su sangre y en la seguridad de que ese paraíso en el que ella creció escondía más secretos que virtudes. Tal vez no está demasiado aprovechado en esta ocasión el personaje de Elvira Mínguez y, desde luego, hay que seguir avanzando dejando algún cabo suelto para que la trilogía cierre el círculo en su próximo episodio, pero no deja de ser un ejercicio interesante, que mezcla con sobriedad el misterio policial y el terror psicopático con lo que, a pesar de que muchos elementos ya no sorprenden, sí que lo inesperado puede hacer su aparición.
Las sombras de la incertidumbre se ciernen sobre el que busca la verdad. Puede que no sea una verdad amable, ni resolutoria, pero sí es necesaria. Conocer de dónde se viene puede ser un faro para iluminar el camino de hacia dónde vamos y a ello se aplica a conciencia esta inspectora de policía que desea hacer una vida que no sea tan ingrata. Tan sólo exige alguna que otra satisfacción que pasa siempre por su cariño, por su amor y por la tranquilidad de que las cosas están bien. Y no suele ser así. Un crimen. Otro. La conexión. El mensaje críptico. Los lazos familiares duros, pero insoportablemente retorcidos. El agua que no deja de caer. El río que siempre se acerca para tocar la desgracia. El llanto de un niño. Un silbido. El mal siempre ha existido y, sin duda, siempre existirá y en los abruptos bosques de acero y gritos es donde se halla la tierra de los sacrificios. Antes, eran sangrientos, inútiles e insanos. Ahora, son necesarios para encontrar la huella del pasado, para arrancar la raíz del pecado, para comprender que la locura, por muy extrema que sea, también puede regresar para llevar a cabo su terrible venganza. La conspiración existe. Y la incompetencia abunda. Con esos ingredientes, es muy fácil llevar a cabo los planes del maligno. Al fin y al cabo, nadie quiere a las chicas aunque sean las más valientes. Nadie está dispuesto a seguir con ellas en amor y cariño incondicional a pesar de que son las más exigentes. Todo es una cuestión de brujería de la que hay que deshacerse de forma urgente. Basta ya de derramar sangre para nada.
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