Dos payasas se encuentran en una parada y entablan franca conversación. Buscan el sentido de su existencia, el por qué de sus vidas. Ven a la gente pasar y saludan con la mano, aunque apenas reciben respuesta. Ingratos. Ellas son amables, van perfectamente ataviadas con su mono de trabajo (bueno, su nariz de payasa) y persiguen entender por qué están en este mundo. Como dos son mejor que una, unen fuerzas, piensan en común y proponen investigar en qué sitio serían más útiles para la sociedad... Buscan para ello probar suerte como agentes de la ley, como picoletas con mucho celo por lo suyo y con poco cuidado por lo que le ocurran a los demás. Van armadas pero sus pistolas no disparan, así que utilizan la palabra para combatir a los sediciosos criminales que pululan por ahí. Prueban también en el mundo del deporte. Se pasan la pelota de un lado a otro, de una payasa a la otra. Echa, echa... Amenaza en el área, oportunidad de marcar, el VAR no existe y el árbitro está ausente. Pueden anotar gol pero la maldita burocrasia impide el momento culmen. Hay que ser muy exhaustivo con los papeles, oiga. Y a veces uno no lleva una máquina de escribir en el calcetín para acabar con el procedimiento. Por último buscan fortuna en el maravilloso mundo del circo y aparecen equilibristas, funambulistas y domadores de peligrosas y salvajes fieras. Es el más difícil todavía pero las payasas salen airosas... Sin embargo, no están contentas, no les llenan estas nuevas ocupaciones, no se sienten felices y si una payasa no es feliz, no es una payasa como es debido porque tampoco hará feliz a los demás. Aunque quizás...
Quizás el ser payasa ya es la ocupación perfecta. Un poco de colorete, una nariz y unas cuantas historias que compartir con el público y el trabajo del payaso ya está hecho. Tan fácil. Tan difícil. No hay que buscar más: la ocupación de payaso es adecuada, es necesaria (hoy más que nunca), aunque no esté pagado... Al menos hay risas y aplausos. En eso, no hay déficit.
Labaranda Teatro consigue con La parada de payasas un espectáculo redondo homenajeando al clown, a la comedia clásica y al género del teatro mínimo. Un tres en uno maravilloso comandado por Pepi García y Mila Guillén, dos payasas excelsas, consagradas al arte de la comedia y que se encuentran cómodas en la piel de dos personajes que son múltiples. Dominan la escena porque saben dotar de altura imaginativa a los distintos escenarios que van imponiendo en el desarrollo de una obra que son varias. Ahí se nota la buena mano en la dirección de Gari León conjugando varias historias en una sola.
Al final, Labaranda consigue reivindicar al payaso como figura necesaria, como profesión de presente y de futuro. No hay nada más serio que preservar la risa en una sociedad que la necesita como el comer. ¡Payasos del mundo, uníos!
📷 Foto: @zuhmalheur
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