Al fondo, dos amaneceres (Star Wars IX: El ascenso de Skywalker) - Berenjena Company

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21 dic 2019

Al fondo, dos amaneceres (Star Wars IX: El ascenso de Skywalker)


Quizá haya demasiadas vías abiertas. Quizá queden algunos cabos sueltos. Puede que también no se desarrollen algunos personajes como es debido. Es posible que unas cuantas escenas estén resueltas con cierta torpeza. Incluso, tal vez, la resolución de esta tercera trilogía no convenza demasiado a los más acérrimos. La verdad es que da un poco igual. El círculo se cierra y pasarán unos cuantos años hasta que vuelvan a desenterrar las espadas láser y el miedo a la opresión se apodere de la galaxia. Es hora de reencontrarse con viejos amigos y disfrutar del espectáculo.

Es cierto que el cine más comercial, a veces, sacrifica a la narrativa en pro de ser lo más grande posible. Sin embargo, no se puede dejar de disfrutar de unas aventuras que ya son hasta repetitivas porque traen a la memoria otros años, otros personajes y otras vicisitudes. Traen a la memoria a la juventud, a la ilusión, a la certeza de que se estaba viendo algo totalmente diferente y apasionante, una puesta al día de las antiguas historias de caballeros y princesas. Por supuesto, también hay secuencias brillantes. Desde la visible referencia a Interstellar, de Christopher Nolan, hasta alguna que otra aparición. Y no cabe duda de que en algunos momentos hay ciertos síntomas de agotamiento de ideas y situaciones. Da lo mismo. Los viejos seguidores sólo quieren ver de nuevo al Halcón Milenario surcando los cielos de la galaxia, a las espadas láser batiéndose en duelo al estilo samurái, a las X-Wings poniéndose en posición de ataque y volver a sentir ese escalofrío único que nos causa la visión de un destructor espacial o el sacrificio del héroe o heroína de turno.

Se perdona todo porque eso es lo que nace del corazón. Tal vez, hay películas que no pueden ser juzgadas con el raciocinio formal y habitual y, aunque se experimente un cierto regusto a que algo no funciona, se caiga en su trampa por enésima ocasión. Se desea encontrar de nuevo esas miradas de determinación de los que, un día, fueron jóvenes y buscar algo parecido en los que se abren paso. A veces, se saltan las reglas y resulta que los que antaño eran guardianes de la paz acaban por tener algunos poderes insospechados porque la sombra de Marvel es alargada y el sello Disney no puede quedarse sólo en esa obsesión por dejar las historias razonablemente amarradas y con la felicidad en el rostro de los espectadores. El día cae y las estrellas hablan. Y es obligatorio despedirse con la mirada indulgente porque, al fin y al cabo, es lo que procede en estos casos.

Sin duda, la determinación de la mujer es uno de los puntos más fuertes de esta última historia de una galaxia muy lejana. Ellas tienen claro que, a pesar de que todos llevamos un lado oscuro, no hay que dejarse seducir y las decisiones deben ser firmes y definitivas. Ellas no piensan en acabar con todos, sino en salvar a muchos y ése es el verdadero camino de la victoria. Mientras tanto, los maestros deben aparecer de nuevo y ser lo que un alumno alcanza porque esa es la verdadera carga de quien enseña. Al final, y al fondo, dos amaneceres renuevan la promesa de que siempre habrá alguien dispuesto a derrotar al mal en esta eterna lucha por el poder. Y la nueva esperanza volverá a resurgir en algún lugar perdido donde un chico, un día, soñaba con ser el mejor piloto de la flota. Y lo hará bajo el son de un tal John Williams que no dejó ni un solo fotograma sin música.


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