El áspero país de la razón (El Crack Cero) - Berenjena Company

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6 oct 2019

El áspero país de la razón (El Crack Cero)


Algo antes que la primera vez que nos encontramos con él, Germán Areta vuelve para contarnos qué había sido de su bigote en los días de incertidumbre que siguieron a la muerte de Franco. Tal vez porque España es uno de los pocos países del mundo donde sus conciudadanos se odian o porque es muy posible que, de higos a brevas, son capaces de ponerse de acuerdo y tirar hacia adelante. Eso no es fácil para el detective privado Germán Areta. La ciudad está cansada, con su blanco y negro de nostalgia para una época que nunca volverá, con su honestidad intacta y con pocas razones para ponerse de acuerdo consigo mismo.

En este áspero país donde todos queremos llevar la razón, husmear en las altas cloacas termina por ser tan duro como bajar a las propias alcantarillas. Un modisto que se suicida, un antiguo compañero, una pregunta continua, una asociación pintoresca. Areta vuelve y todos abrimos bien los ojos para que no se nos escape ningún detalle, ni tampoco ninguna línea de agudeza y sarcasmo en un contexto valleinclanesco en el que sólo se premia a los malos. Rocky sigue son sus relatos boxísticos, don Ricardo está ahí para deber favores porque siente que el pasado, en algún momento, saldrá al encuentro, la oficina no es la misma, y el “Moro” Cárdenas se halla, como hombre para todo, con la respuesta afilada y la dejadez encima. Hay que ir un poco más acá para contar algo nuevo bajo la pátina de ese Madrid brillante y en rápido cambio. Y si se hace con la compañía de un tipo que anda mucho, duerme poco y lo que ve no le gusta nada, mejor que mejor.

José Luis Garci vuelve con sus personajes más carismáticos, tal vez, para echar una última mirada a unos tiempos que han sido arrastrados por el olvido y la tontería. Y hay que reconocer que lo hace de forma inteligente, sutil, con diálogos bien amarrados y algún fleco suelto con esa historia paralela que parece que confluirá en algún momento y, sin embargo, desaparece. Bueno es el trabajo de Carlos Santos, aunque hacer olvidar a Alfredo Landa es poco menos que imposible. Mejor es el de Miguel Ángel Muñoz que compone un “Moro” en la misma estela que el de Miguel Rellán y con las mejores réplicas del guión. Creíble es el de Pedro Casablanc en la piel del “Abuelo”, tratando de remedar gestos y expresiones del inolvidable José Bódalo. El resultado es una película tranquila, notable, sin llegar al nivel de sus secuelas, pero erigiéndose como último testigo de aquel ambiente, de aquellos modos, de aquellas luces difuminadas de la villa nocturna, de aquellas piedras que, de alguna manera, parecían tener un color diferente, esperando el alba de las nuevas esperanzas.

Hoy ya es otra vida y, aún así, algo del espíritu de Germán Areta todavía anida en el interior de los hombres que ansían una sociedad en pacífica convivencia, con la honradez y la ética como valores principales, aguantando como héroes con ese trabajo que, a menudo, es un castigo y tratando de buscar la felicidad sin descanso, por mucho que lluevan los desperdicios de la corrupción. Y eso tiene mérito desde aquellos años de cambio e inquietud, siempre pendientes del disparo en la noche o de la puerta echada abajo. Quizá Areta sea una especie de guardián que, lo mismo que Philip Marlowe, trata de hacer que la vida de los que le rodean sea un poco más llevadera. Y para empezar, envido, envido y a pares tres.                                       


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