Con significativas variaciones con respecto al texto original de Stephen King, el director Andy Muschietti vuelve al universo del payaso Pennywise para resaltar la importancia de los recuerdos, subrayar el sentimiento de culpabilidad y ajustar cuentas con un pasado que repitió, una y otra vez, que los perdedores sólo pueden vencer cuando aceptan sus derrotas personales.
Sin embargo, la película se afloja con peligrosidad porque desaprovecha las oportunidades o situaciones que podrían ser núcleos de pánico para demostrar que la falta de ritmo, el larguísimo desenlace y la sensación de que la aplicación de la máxima “más es más” está totalmente equivocada en la adaptación. Muschietti huye de la sugerencia, se refugia en la facilidad de los gráficos, deja caer la trama en absurdos puntos muertos y la historia no puede remontar el vuelo, quedándose en un mero espectáculo que podrá gustar a los amantes del exceso, pero que se olvida del miedo en algún rincón de las alcantarillas.
Y es que no cabe duda de que el Capítulo 1 de esta historia estaba más contenido, rezumaba más tensión y agarraba con vigor en algunas secuencias. Aquí, incluso, se puede intuir hasta cierta desgana en algunas escenas, como si las modificaciones introducidas estuvieran dirigidas sola y exclusivamente a servir un fuego de artificio con muy poca encarnadura dentro. La película acaba pagando tanta libertad y tanto truco con uno o dos picos de mérito que no son nunca suficientes.
No es fácil llevar la pesadumbre de unos adultos que vivieron una auténtica pesadilla en sus infancias intentando acabar con sus miedos. Y menos aún si esos adultos lo único que hicieron fue dejar esos miedos en estado latente, hibernado, sin dejar de vivir nunca en la inquietud de unas experiencias que les impulsaron a buscar otros horizontes que no siempre fueron afortunados. Hay que trazar bien a los personajes, jugar con lo que fue de ellos, situarlos y remarcar un arco argumental lógico que sí tiene la novela aunque, hay que reconocerlo, su resolución era un poco decepcionante.
Al fin y al cabo, el pasado siempre sale al encuentro y es algo que la gente conoce muy bien. Los miedos hay que vencerlos porque, en caso contrario, habrá que regresar a la derrota que los originó y siempre habrá algún que otro payaso que intente leer los sentimientos y aprovecharse de ellos. Y una película que trata de aterrorizar tiene que jugar con esos miedos que todos los espectadores anidan en su interior, tratar de despertarlos y ponerlos en movimiento con la tensión y la inquietud como armas.
En algún momento, esa película dará en el blanco y entonces es cuando el payaso comienza a sentirse más cercano que su mutación arácnida, o que ese convencimiento de hacer que las cosas se vuelvan pequeñas a base de sentirlas ínfimas. El corazón se resiente de tantos minutos que tratan de ser cimas de pánico y se cansa de esperar el susto y la mediocridad se asienta en el ánimo. Tal vez, incluso, se puede llegar a pensar que este Capítulo 2 se lo podrían haber ahorrado dejando la historia en un juramento que puede que se cumpliese o puede que no, porque los miedos de cada uno son pura intimidad personal y la imaginación puede volar en la dirección que se quiera. En esta ocasión, todo se queda parado a la espera de algo que merezca realmente la pena y sólo queda el consuelo de prometerse olvidar lo antes posible que, un día, nos hicimos adultos y dejamos de ser niños y eso ya hizo que todos y cada uno de nosotros escribiéramos nuestro propio Capítulo 2.
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