Como cada día te levantas, te acicalas, recoges un poco las cosas y haces el desayuno. Mientras te tomas el café con la tostada vas pensando en lo que te deparará el resto de la jornada. Actividades, algunas fútiles y otras aprovechadas, que hacen de tu vida lo que tú has querido construir. Acabas el último sorbo del café y apuras la tostada como aferrándote a ella antes de someterte a la rutina autoimpuesta. Hay que trabajar, hay que sentirse útil en este mundo. Algunos buscan el reconocimiento del prójimo en la labor que desempeñas a diario. Para otros es un suplicio. Otros simplemente trabajan y se sienten bien consigo mismos. Preparas la comida. Quedará rica. Esperas a la familia y la reúnes en torno a la mesa. Saborean el manjar cotidiano. Toca recoger. Todos ayudan. No paramos de trabajar. Pero hay trabajos y trabajos…
La tarde es para ti. La tarde es para el teatro, tu afición. ¡Qué gran trabajo! La ilusión de convertirte en otra persona, de vivir otras vidas, de ser lo que te de la gana de ser… bueno, lo que le de la gana al autor u autora que para eso es quien pone en tu boca las palabras que recibirá el público. La alegría se apodera del local de ensayo porque sabes que el resto de la sociedad va a ver en poquito tiempo lo que eres capaz de hacer gracias a un personaje que te ha sido regalado y que tú tienes que defender como si fuera tu misma persona. Acaba el ensayo y te sientes vacío, te falta algo. Toca dejar aparcado a tu personaje para volver a la vida real… hasta el siguiente ensayo o la siguiente actuación.
Muchos de los que nos hemos dedicado al teatro hemos sentido, en mayor o menor medida, estas sensaciones. El teatro nos da la vida, nos fortalece, nos hace sentirnos orgullosos de lo que hacemos aunque no seamos profesionales. El teatro es ilusión compartida. Y de ello saben mucho el grupo liderado infatigablemente por Pepa de España, que de nuevo tuvo el honor de cerrar los Miércoles de Teatro de Chiclana, cita cultural indispensable del verano de esta villa.
El Grupo de Teatro Ilusión se subió al proscenio de la Plaza Mayor con otro texto de Pepa que rezuma sus habituales dosis de humor para todos los públicos, sus ribetes costumbristas que tanto llegan al numeroso público que siempre concitan cada una de sus convocatorias y de un sano ejercicio de pasárselo bien durante una hora larga de espectáculo. Esta fragancia no viene de Francia comparte con sus “hermanas” más grandes esa magnífica caracterización de personajes. Pepa de España sabe exprimir los ensayos al máximo para dotar a cada uno de los caracteres de rasgos indelebles y fácilmente reconocibles para el gran público. Siempre encontramos a quienes plantean la situación, también hallamos a la “némesis” y por último, por allí pulula como quien no quiere la cosa, al personaje más franco, más honesto y con menos pelos en la lengua, que siempre suele coincidir con el que está dotado de tintes más humorísticos. Pepa de España busca intencionadamente estos personajes tan contrapuestos para incidir especialmente en la carga humorística del texto, y en cada obra acierta. En esta ocasión, el honor recayó en el rol encarnado por Petri Moreno, recién llegada al mundo de la actuación y que defendió su papel con soltura, muchísimo desparpajo y un gran dominio de los resortes cómicos que la autora le había regalado.
El público disfruta. Ríe. Se lo pasa bien durante hora y media. Aplaude a rabiar al elenco y agradece su esfuerzo titánico por hacer del humor la bandera que debemos enarbolar en esta vida. Sale el respetable satisfecho y agradecido. Quedan las actrices (y el resto de la compañía) con el regusto dulce de haberlo hecho bien y habérselo pasado de fábula. La ilusión no muere. Al día siguiente, tras el café del desayuno habrá que pensar en la nueva obra, en otro nuevo ensayo. El teatro no debe parar.
Fotos: @zuhmalheur
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