El daño del amarillo (El candidato) - Berenjena Company

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17 feb 2019

El daño del amarillo (El candidato)


Basar la competencia de un personaje público en lo que hace o deja de hacer en su vida privada es una muestra más de la dictadura de lo políticamente correcto. El daño del amarillo periodístico puede ser enorme por poner el foco en lo que no corresponde, distrayendo a la opinión pública de los verdaderamente importante. Y, quizá, aquí en España, eso nos pueda dar más o menos igual, demostrando que nuestra democracia, en algunos aspectos, es más madura que la de otros países con mayor tradición, pero en Estados Unidos eso es poco menos que pecado mortal. Más que nada porque asocian que un hombre que engaña a su mujer también será capaz de engañar al pueblo.

Y así carece de importancia toda la trayectoria política de un candidato a la presidencia que albergaba buenas intenciones, que mantenía una imagen impecable, que se atrevía con algunos desafíos que podían ponerle en ridículo y, sin embargo, salía más que airoso de los envites. La prensa lo divulgará todo sin pararse demasiado en comprobar los hechos, sin dar muchas oportunidades para que el perjudicado pueda defenderse. Y no bastará su brillante oratoria, o el estrujamiento de los cerebros que le acompañan para lavar su imagen. Quedará como el adúltero impenitente que se aprovecha de todo para echar su cana al aire y trepar por encima de cualquier consideración moral.

No se puede evitar el recuerdo hacia aquella película que protagonizaron Henry Fonda y Cliff Robertson bajo la dirección de Franklin J. Schaffner y que llevaba por título El mejor hombre cuando se ve El candidato. Ambas insisten en que, quizá, el mejor, el más indicado para ocupar el puesto más alto de la nación es aquel que no se presenta, que tiene tan poco apego al poder que está dispuesto a la renuncia con tal de que el escándalo no salpique a la democracia. Competente es el trabajo de Hugh Jackman, intenso en su creación del político que, a base de trabajo, trata de conseguir la victoria para llevar a cabo las reformas que más se necesitan. La dirección de Jason Reitman es rutinaria, sin alardes y pasa por correcta. Sin embargo, cuando todo termina, se tiene la sensación de que al conjunto le falta algo de fuerza, de capacidad de enganche, por mucho que en la memoria aún se recuerde el desastre de la campaña del senador Gary Hart para la presidencia que, finalmente, ganó George Bush padre. Por lo demás, se deja pasar el rato, se reconocen personajes de la historia reciente americana como Bob Woodward, Bob Dole o Ben Bradlee, interpretado por Alfred Molina, se refunfuña al final, tratando de encontrar el sentido a destapar los líos extramatrimoniales del que, posiblemente, hubiera sido un buen presidente y, sobre todo, al comprobar que la prensa, buscando el amarillismo, se degrada y se arrastra por el peor de los fangos. Aunque, de eso, en España, sí sabemos un rato.

No basta con las buenas intenciones. No es suficiente tratar de vencer al enemigo con lógica, con propuestas razonables y razonadas, con trabajo duro y experiencia política. También hay que ser un hombre intachable en las relaciones privadas, amante de su mujer, siempre de buen humor, con la palabra justa en la boca y el gesto relajado y suave. Todo un reto para cualquier ser humano. Mientras tanto, se buscará hasta en las más recónditas cloacas cualquier desliz para poner en duda su competencia. Y así, poco a poco, se van bajando los escalones hacia el más vergonzante de los perfiles bajos. ¿Les suena?                                                                             

César Bardés

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