La fuerza de la oscuridad (El vicio del poder) - Berenjena Company

Banner (no visible)

12 ene 2019

La fuerza de la oscuridad (El vicio del poder)


Dick Cheney era un oscuro burócrata que tomó el gusto al ejercicio del poder. En sus manos, las decisiones eran claras y precisas. No había lugar para la duda. Y si había duda, se arrancaba de cuajo. Fue el verdadero marionetista de la Casa Blanca durante el mandato de George Bush hijo. Y su palabra no admitía medias tintas. Más que nada porque siempre tuvo muy claro lo que había que hacer en cada momento. Siempre y cuando no se le escapara entre los dedos el vicio del poder, ese vicio que se manifiesta con una simple mirada, con un gesto sencillo, con una orden monosilábica, con un índice apuntando en un papel. Es la fuerza que cambió el mundo y que hace que hoy vivamos en este desorden descontrolado y caótico que busca acabar con cualquier esperanza.

Con una banda sonora excepcional de Nicholas Brittell, el director Adam McKay sabe sujetar admirablemente a un actor habitualmente desbocado como Christian Bale y rodearle de interpretaciones competentes de Steve Carell, Amy Adams y Sam Rockwell. Al fondo, hay cierto tono cómico que sigue echando en cara que dejemos ascender a personajes de esta calaña que asumen el fascismo como algo que se puede aplicar con la conveniencia democrática, destapando la enfermedad endémica de la administración política estadounidense que es la primera en agarrar la bandera de las libertades y agitarla cuando, en realidad, no hacen más que recortar, por vía burocrática e interpretativa, todos los avances conseguidos en esa materia. El poder, cuando se mueve en la sombra, sin comunicación con nadie, con la complicidad de los asesores y al amparo de las eventuales situaciones que se producen, suele tender hacia la dictadura, hacia el poder individual ejecutivo y hacia una cierta manera de hacer política que se basa sólo y exclusivamente en el sentimiento que impera en gran parte de la sociedad. En el caso de Cheney, por supuesto, en la venganza.

Y lo peor de todo es que esa oligarquía del poder no tiene ninguna conciencia sobre las consecuencias que originan sus decisiones. Les da exactamente igual porque se lo plantean como un juego de intrigas y de acciones-reacciones en el que tienen que demostrar que son más listos que el contrario. Sin demasiadas pruebas, con números sospechosos en algunas elecciones, polarizando una sociedad que se creerá todas las mentiras porque desea creérselas. Y haciendo un daño que, hoy por hoy, todavía no se ha podido cuantificar. Al fin y al cabo, la guerra es el principio organizativo de cualquier sociedad. Y eso ha sido así a través de los siglos.

Hoy no han cambiado mucho las cosas, siguen exhibiéndose, poderosos y ridículos, en la cúspide, haciendo gala de ese poder que les envicia y que les sirve para tomar fuerza desde la oscuridad para que los pobres mortales que les hemos puesto en sus despachos no nos enteremos de nada. Y ellos no tendrán ningún problema, llegado el caso, en cambiar su opinión, o enfocarla de un modo diferente. Lo cierto es que hubo una vez un vicepresidente en los Estados Unidos que acumuló más poder que muchos máximos dignatarios y que lo hizo para soltar esa hormona que provoca la adicción de una palabra definitiva, o de un gesto apenas perceptible, prescindiendo o no de amigos, siguiendo adelante sin importar el precio. Lo malo es que, en muchas ocasiones, el precio somos nosotros.                                 
César Bardés

No hay comentarios:

Publicar un comentario

DEJA TU COMENTARIO - Lo estamos esperando...

Post Bottom Ad