Quizá todo empiece por la conciencia de ser diferente, de estar llamado a ser alguien que, de alguna manera, alcance la eternidad. A partir de ahí, siempre se trata de dar con las personas adecuadas, de sentirte a gusto dentro del pequeño grupo al que, desde el principio, se le llama familia. Si alguno de estos elementos falla, entonces el camino será cuesta abajo, jalonado de trampas que no se podrán evitar porque la vanidad es muy fuerte y el éxito, engañoso. Y, sin embargo, cuando uno mira en su propio interior, se da cuenta de que está solo, desoladora y absolutamente, y lo único que desea es tener alguien a quien amar.
Puede que la genialidad esté ahí mismo, cuando se sabe que se rompen barreras con cualquier arte, aunque en este caso es la música. Y parte de esa genialidad consiste en saber qué es lo que quiere el público, con qué melodía se va a saltar, con qué ritmo se va a acompañar, con qué emoción se va a cantar. Mientras tanto, al otro lado del escenario, hay demasiadas zonas oscuras que llaman con sus tentadores cánticos de confusión. Y es difícil resistirse, porque hay muchos vacíos que no se han rellenado, tal vez porque no se ha experimentado el amor en toda su extensión y, cuando se ha tenido cerca, tampoco se ha sabido amar. Es una parte fundamental de la vida de cualquiera, incluso de los mitos. Y es tiempo de saber que ellos están hechos para estremecer, para ser los campeones, para que otro muerda el polvo o para que se sepa lo que es estar bajo presión. No importa nada. Sólo encontrar el sitio. Y a menudo se pierde, al igual que la oportunidad, lo mismo que la voz única e incomparable, semejante al amor, gemela a la grandeza.
Bohemian Rhapsody funciona como espectáculo de Queen y, sobre todo, como muestra de lo que puede hacer un actor cuando se entrega en cuerpo y alma a reproducir físicos y sensaciones, posturas y actitudes como es el caso de Rami Malek. Su encarnación de Freddie Mercury llega a producir escalofríos porque, en algún momento, se puede llegar a pensar que ha regresado de entre los muertos para contarnos una parte de su vida. Es verdad que la película bordea con pudor los puntos más oscuros del cantante y que, en algún momento, se nota la falta de timón motivada por el despido de Bryan Singer y su reemplazo por Dexter Fletcher, al parecer por el escándalo que salpicó la vida privada del primero y por sus continuas peleas con la estrella. No obstante, se disfruta con las melodías, se mueven los pies descontroladamente, se sufre con los avatares de un personaje que lo tuvo todo y que no supo hacer de su vida algo diferente como sí lo hizo con su música. A destacar ese momento, espléndidamente dirigido, que da pie al nacimiento de We will rock you y que consigue impresionar. Tal y como sabía hacer el propio Freddie Mercury cuando estaba en plena sintonía con aquellos que se acercaban a escucharle. Y es que en el fondo, todos deseamos que no muriera, que no se hubiera ido como lo hizo y que siguiera cantando con su voz inconfundible y sus maneras llenas de provocación. Es la carne con la que están hechos los sueños.
Así que es momento de buscar alguien a quien amar y tener la fortuna de disfrutar de la compañía de esa persona que lee tus pensamientos, comparte tus anhelos y convierte la vida en algo que realmente merece la pena. Sólo así podremos darnos cuenta de la inmensa suerte que hemos tenido y que tanto le costó encontrar a Freddie Mercury.
César Bardés
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