Es muy, muy difícil tratar de ser Ingmar Bergman a través de una obra tan compleja como Persona y salir airoso del envite. Más que nada porque, con un viaje tan peligroso, puede surgir la pretenciosidad y una cierta sensación de profundidad cuando, realmente, sólo hay vacío con toques de arrogancia. Y eso es lo que le ocurre al director Carlos Vermut cuando trata de sumergirse en un universo de mujeres perdidas, de razones errantes y de fantasías acusadoras. A veces, detrás del silencio, no hay nada.
Y aquí tenemos esta unión de personalidades tratando de encontrar un destino tan esquivo como una canción nunca cantada. No cabe duda ninguna que es meritorio el trabajo de Najwa Nimri y de Eva Llorach, especialmente de ésta última, pero no es suficiente como para que la película dé vueltas en la cabeza cuando la película termina. El sentimiento general es de morosidad, de no explicar demasiado bien las cosas que ocurren, de refugios fáciles en reacciones airadas y centrarse únicamente en la transferencia de personalidades prescindibles, que no interesan mucho, en simbolismos que, en algunos casos, llegan a ser infantiles e, incluso, repetitivos. Puede que, en el fondo, todos tengamos la voz seca por el miedo que da la mediocridad, el temor encendido por el pánico a no ser originales y únicos y el rechazo dispuesto por la misma dictadura del cariño, pero no se puede introducir personajes descritos de determinada manera y, al plano siguiente, sugerir un cambio repentino. La ambición es caprichosa, pero no tanto. Suele ser fría y despiadada, sí, pero no veleidosa.
Dar una buena parte de uno mismo para que otra persona se encuentre, es un ejercicio complicado y penoso. No deja de ser curioso que la afortunada que imita a la perfección al modelo viva en la misma ciudad. La metáfora de ponerse en los zapatos de otro resulta algo evidente. La preocupación por una planificación visual atractiva suele ser importante, pero siempre debe estar al servicio de la historia y no de los silencios que uno se atreva a guardar. La claridad y la fotografía son destacables y el blanco domina sobre la oscuridad de los personajes en una tragedia de caracteres enfrentados a una realidad que nunca acaba de mostrarse porque, cuando lo hace con toda su crudeza, la evasión es la contraseña y sabes que la muerte está intrínsecamente ligada a la vida hasta tal punto que se confunden, de la misma manera en que esta cantante amnésica se mezcla con otra mujer que, sencillamente, no ha sabido vivir. Y el sufrimiento está servido porque, posiblemente, no sabemos construir el amor. Lo hacemos con torpeza, cediendo, dando lo mejor de nosotros mismos cuando no siempre es lo más aconsejable. Y ninguno lo ve. Sólo son conscientes del pozo en el que se hunden y la vida no merece la pena sólo porque haces renacer una estrella, sino también porque intuyes que tu misión en ella se ha cumplido.
La necesidad procurada puede redimirnos parcialmente y, pasando de un punto de vista a otro, podemos darnos cuenta de cuán inútiles son las cosas a las que nos agarramos mientras las verdaderamente importantes se escapan entre los dedos y somos incapaces de conservarlas. Y estas dos mujeres tratan de necesitarse sin llegar a conseguirse aunque sí de produzca un extraño fenómeno de fusión que acaba por convertirse en una absorción del alma. Y detrás del silencio de la admiración…no, tampoco hay nada.
César Bardés
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