Juzgando con el corazón (Mamma mia 2: Una y otra vez) - Berenjena Company

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25 jul 2018

Juzgando con el corazón (Mamma mia 2: Una y otra vez)


Intentar vivir los sueños de otra persona tiene sus riesgos. Aunque esa otra persona sea alguien con quien siempre has mantenido un vínculo único, especial, irremplazable. Quizá haya que asistir con ojos de espectador al origen de todo para ver que la vida es un interminable juego de espejos en el que pocas cosas merecen realmente la pena. La libertad, el amor, la música y la continua búsqueda de un camino que siempre resulta apasionante. Es hora de volver a cantar para acompañar momentos que sólo el cine puede describir.

Los lugares serán comunes, la fórmula se repite, incluso las melodías ya han sido escuchadas. El argumento es leve, intrascendente, con la única pretensión de transmitir alguna que otra alegría para vivir. Mientras tanto, disfrutamos con las interpretaciones de Julie Walters o de Christine Baranski, asistimos a los graznidos de Pierce Brosnan en lo poco que le dejan entonar, nos reímos con las torpes posturas de Colin Firth, caemos bajo el influjo del atractivo de Andy García, lloramos las ausencias, nos sumergimos en el cuerpo de la voz de Cher porque es lo único que queda sin coser y, de nuevo, vemos lo que deseamos, sin más, deseando estar en algún lugar de la costa griega, tratando de encontrar algún motivo para sonreír. Y, tal vez, la sonrisa está ahí porque, sin saberlo, tenemos a alguien al lado que nos proporciona ese punto que hace que todo sea más fácil, más placentero, más verdadero, más auténtico.

Por lo demás, el rato pasa a través de compases conocidos, tarareados en el interior, con la complicidad de un suave ritmo llevado con los pies y sí, quizá no tengamos tanta magia como hace diez años y falta algo de energía en lo que se nos cuenta. Puede que sea porque el tiempo pasa y es difícil comprenderlo. Puede que sea porque los planes no suelen salir nunca como se habían pensado y ese momento de gloria se disfrace de plenitud. No importa demasiado. El cielo sigue siendo azul. Las puertas conservan ese aire de viejo. La brisa del mar es tan suave que se convierte en caricia. El principio se une misteriosamente con el final y, de nuevo, hay que empezarlo todo para que aquello que se soñó tenga sentido. Más vale apurar la copa y dejar que el aire corra por la ropa desenfadada, por la vista clara y el sentido alerta. La realidad acabará por dejar paso al sentimiento porque todos sabemos que ésa es lo único que verdaderamente importa.

Una y otra vez caemos en esa anarquía saludable que da moverse entre piedras añejas, campos de la mañana, noches de música inolvidable y olas de frustración que llegan, tocan la orilla y se pierden mar adentro. Falta ese entusiasmo que se podía contagiar, pero la coda ha llegado y no cabe duda de que el tiempo maltrata a los protagonistas. Ya saben, mejor con el pelo más largo. Peor con las arrugas hiriendo la piel. Es la ley de la vida. Unos llegan y otros se van. Y los momentos se repiten porque ése es el material con el que se hacen los sueños. No hay muchos más lugares a los que ir, ni más explicaciones que dar cuando se está en un sitio que parece hecho para que la fantasía permanezca allí. Los pantalones de campana ya son historia. El ansia de hacer del mundo un escenario se atenúa. Da lo mismo si Amanda Seyfried sigue con su insufrible vibrato en la voz, o si el mejor baile se muestra mientras se navega. El vencedor, esta vez, no lo cogerá todo. Tendrá que conformarse con un poco de diversión de taza pequeña.  Y todo se juzgará con el corazón.                       
César Bardés

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