Rob Reiner era un hombre bueno. Poseía un magnífico sentido del humor, probablemente herencia de su padre, el actor y director Carl Reiner, con el que nadie podía hablar en serio. Como productor, nos dejó unas iniciativas memorables a través de su casa, Castle Rock. Como director, nos ha legado un puñado de películas excepcionales que han dejado huella en todos aquellos que amamos el cine. Era un hombre bueno. Algo más. Era extraordinario.
Comenzó con eso que los americanos llaman “mockumentary”, es decir, un falso documental en clave de comedia, siguiendo los pasos de un imaginario grupo de rock en This is spinal tap, con muchas dosis de humor salvaje e inteligente, a la vez, un caso raro dentro de la historia. Con apenas presupuesto y acudiendo a unos cuantos amigos para incorporar los más diversos papeles, incluso interviniendo él mismo en uno de ellos, la película es divertida, original, con una fuerte carga crítica sobre los falsos mitos y sobre los documentales trascendentes que se sigue viendo en las más diversas filmotecas. Una pequeña joya que, siendo rigurosos, no deja de ser una película de aprendizaje.
De ahí salta a una película como Juegos de amor en la universidad, con unos juveniles John Cusack, Tim Robbins o Daphne Zuñiga en los papeles principales. Otra película sin más ambición que combinar con cierto equilibrio la comedia y la nostalgia por aquellos años de despertar sexual que acaba siendo divertida y preparatoria para esos impresionantes títulos que Rob Reiner nos dejaría después.
Su primera gran película, que se ha instalado por derecho propio en la memoria de todos, es Cuenta conmigo, adaptación de un relato de Stephen King, realizado con un enorme cariño y acierto sobre unos cuantos jóvenes que deciden emprender una aventura para ver el cadáver de un hombre. En la película coexisten con maestría el recuerdo, la nostalgia de unos años irrepetibles, la inocencia, el despertar, la camaradería y, desde luego, la certeza de que nadie ha tenido unos amigos mejores que los que estaban a nuestro lado a los doce años. El tiempo, terrible juez y siempre ausente, se encarga de otorgar perspectiva a todo lo que hemos hecho y que nos ha cimentado como personas. Una excelente película.
El guionista William Goldman no estaba nada convencido con lo que había escrito sobre La princesa prometida, lo veía un cuento ñoño sin gracia que iba a estar dirigido a un público muy segmentado por su naturaleza infantil. Su encuentro con Rob Reiner fue providencial para convertir ese cuento en una comedia inolvidable, en el que se exaltan los defectos de cuento infantil para proyectar un relato para adultos y para niños que es enormemente divertido, paródico, espasmódico y torácico. Su retrato de personajes arquetípicos ha pasado a la historia del cine como una galería de caracteres que no dejan de ser ridículos y legendarios al mismo tiempo. Y háganme caso, cuidado con los RAG.
Reiner se siente cómodo en la comedia y, comedido, se lanza a una historia de amor a través del tiempo (una de las constantes de su obra) en Cuando Harry encontró a Sally, siguiendo la estela de Woody Allen, pero con un toque irremediablemente personal y gamberro y con dos intérpretes maravillosos como Billy Crystal y Meg Ryan. La radiografía de los pensamientos evolucionados de una pareja que no acaba de encontrarse nunca es algo más que el éxtasis fingido en una cafetería o que la consabida ola en las gradas de un estadio. Es imposible ver esta película con la sonrisa caída. Es imposible no enamorarse de Harry y de Sally. Es imposible que, detrás de esta película, no haya un gran director.
Su asociación con William Goldman vuelve a dar en el blanco con la adaptación de otro relato de Stephen King como es Misery, con Kathy Bates regalando un recital interpretativo que le valió el Oscar a la mejor actriz y con James Caan como el cordero propiciatorio. El resultado, salpicado con algún que otro momento de comedia, es el de una película tensa y real, que pone al espectador al borde del abismo de un terror que puede ser verdadero y que hace que compartamos el encierro de ese escritor accidentado en la nieve aterrorizados cada vez que hace aparición su devota y fiel enfermera. Un cuento, sí, pero de horror del bueno.
Rob Reiner aún daría una vuelta de tuerca más con su siguiente y extraordinaria película: Algunos hombres buenos, uno de los mejores dramas judiciales de la historia del cine y, desde luego, del cine moderno. Con unos insuperables Tom Cruise, Jack Nicholson, Demi Moore, Kevin Bacon y Kevin Pollak, Reiner construye una película de personajes a la vez que habla sobre herencias, el peso de nuestros padres, conveniencias, justicias impensables y procesos complicados en un ambiente asfixiante como el militar. Una auténtica maravilla a la que, inevitablemente, hay que volver una y otra vez.
Deseoso de hacer un cuento para niños con vocación para ello, pincha en hueso con Un muchacho llamado Norte, aquella película que provocó la reacción furibunda del crítico Roger Ebert (“he odiado, odiado, odiado, odiado, odiado esta película”) que fue contestada con el habitual sentido del humor de Reiner: “Si leemos entre líneas, la crítica no es tan mala”. Así que, a continuación, aún nos deja otra excelente película, heredera directa del espíritu de Frank Capra como es El presidente y Miss Wade, con Michael Douglas, Annette Bening y unos estupendos Martin Sheen y Michael J. Fox como protagonistas. Una cinta que se deja ver con muchísimo agrado, suave y bienintencionada, con una mirada indulgente hacia el lado más humano de los políticos.
Sin embargo, a partir de aquí, el cine de Reiner decae. Carece de esa mordiente espectacular de todas estas primeras películas y es algo realmente sorprendente, porque su siguiente película, Fantasmas del pasado, tiene todos los ingredientes para convertirse en un título fuerte, con un reparto espectacular que incluye a Whoopi Goldberg, Alec Baldwin, un odioso y mal maquillado James Woods, además de una estupenda nómina de secundarios empezando por Virginia Madsen y terminado por William Macy. La película tiene momentos, pero no alcanza las cimas de sus anteriores títulos.
De alguna manera, Reiner pierde fuerza y se dedica a hacer una serie de comedias, más o menos amables, que no tienen ninguna pretensión aunque, en algún caso, pueden llegar a ser eficaces. Historia de lo nuestro, con Bruce Willis y Michelle Pfeiffer es la primera de ellas y la siguen títulos algo inanes como la muy mediocre Alex y Emma, con Kate Hudson y Luke Wilson, o la floja Dicen por ahí, con Jennifer Aniston, Kevin Costner y Shirley McLaine, o la curiosa Ahora o nunca, que prácticamente sólo funciona por juntar en los principales papeles a Jack Nicholson con Morgan Freeman, o la aceptable El verano de sus vidas, también con Morgan Freeman en pleno regreso de la amargura…son películas que se adscriben al género de feelgood movies, pero que no aportan nada nuevo a una carrera que empezó de forma fulgurante, con muchísimo talento y con una dirección de actores fuera de lo común.
Rob Reiner se nos ha ido de manera trágica. Y sólo nos quedan sus películas para llorarle. Es poco para ese hombre bueno que siempre se preocupó de su familia, de tener una sonrisa a punto, de todas las palabras buenas de los actores y actrices a los que dirigió y de la seguridad de que amaba al cine tanto que estoy seguro de que, si hay un cielo, allí está su bromista padre escribiéndole algún guion para hacer reír, o estremecerse, o pensar a un público abarrotado de ángeles.

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