LA EMPATÍA Y LA VIOLENCIA (La huella del mal) - Berenjena Company

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5 abr 2025

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LA EMPATÍA Y LA VIOLENCIA (La huella del mal)

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En algún lugar de la naturaleza humana, la empatía y la violencia residen de forma permanente. Los estímulos exteriores son los encargados de que ambos sentimientos se manifiesten de una u otra manera. Y eso es algo que acompaña al hombre desde tiempos inmemoriales, cuando la caza era el único medio de subsistencia y la vida en sociedad estaba en sus inicios más primitivos. Hoy en día, esa huella de bien y mal anida en todos. En algunos, se halla dormida y latente. En otros, está dispuesta a salir, gritar, devorar y actuar sin contemplaciones. Un crimen en Atapuerca, repetición de otro que ocurrió años atrás, es el mejor caldo de cultivo para que los instintos más primarios reluzcan bajo la noche, llena de pasiones y reacciones.


Una inspectora de policía debe volver al lugar del crimen para empezar otra vez la investigación desde el principio. En ese reinicio, saldrán a relucir antiguos sentimientos, culpables de su zozobra anímica, incapaz de olvidar que un día fue abandonada cuando más lo necesitaba y de poner en orden una vida que quedó irremediablemente descolocada. Los muertos vuelven y los vivos regresan para reavivar todo aquello que nunca quedó definitivamente atrás. La investigación ofrece nuevas facetas, aspectos que no se habían tenido en cuenta en su momento. Él aparece de nuevo y las caricias parece que son reales en la soledad de su habitación. Mientras tanto, el asesino sigue suelto y la implicación personal de la inspectora vuelve a poner en jaque su estado de ánimo, su profesionalidad, su intento continuo de superar algo que se ha quedó para siempre. Igual que las costumbres de un grupo de homínidos que algunos estudiantes se empeñan en reproducir. Huellas del mal. Huellas del bien. El equilibrio humano. La muerte y la vida. La nada y el todo.


Manuel Ríos San Martín dirige con sobriedad la adaptación de su propia novela y consigue un misterio que destaca por su originalidad, con un dominio evidente de las acciones paralelas y alguna que otra escena que, de alguna manera, parece un tanto ingenua aunque no empaña en absoluto el balance final de una película que, de nuevo, se adscribe al cine de género y salda su examen con un notable. Para ello, no cabe duda de que Ríos mima con especial cuidado la brillante interpretación de Blanca Suárez en el papel protagonista, oscilando entre el brillo de su mirada y la permanente fragilidad de su ánimo, con la indecisión como guía de su estado vital. A su lado, un escalón más abajo, pero con admirable efectividad, Daniel Grao compone un personaje lleno de aristas, caprichoso y, a la vez, muy preciso. Y sería injusto no nombrar el punto invasivo que destila el trabajo de Aria Bedmar, siempre dominadora y muy sujetada en sus momentos más delicados. Mirada en conjunto, La huella del mal es una buena película, con instantes de tensión admirables, con un misterio absorbente y con una interesante reflexión sobre el monstruo que habita en cada ser humano sin olvidar la premisa de que todos nacemos con la bondad a cuestas. Lo salvaje, viene después.


Así que sumerjámonos en los misterios de Atapuerca y en los enormes descubrimientos que se han hecho allí mientras se nos explica una historia de policías y asesinos, de reencuentros, de ajuste de cuentas, de segundas oportunidades, de empatías que no nos cuestan, de violencias que nos descienden hasta nuestro lado más animal. No está mal para una visita a un yacimiento arqueológico que se erige como un escenario ideal para seguir la pista de nuestro propio interior.


César Bardés

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