Mientras tanto, el mundo parece ensanchar ese pedazo de tierra y agua en el que se está librando una batalla en la que los buenos van perdiendo. La degeneración se impone y el que trapicheó con droga va extraviando sus dominios porque unos colombianos quieren hacerse con la totalidad del negocio. Otro decidió ir por los caminos de la justicia y está llegando a un límite en el que sabe que cada vez está más solo y en el que se encuentra cada vez más traicionado. El tercero trató de estar al margen, de ganarse la vida honradamente y lo único que ha podido extraer de la vida es un trabajo miserable y la certeza de que la soledad es lo que le espera. Por aquellos vaivenes de drogas, impotencias, abandonos, planes de futuro recubiertos de incertidumbre, los tres volverán a encontrarse para dirimir un último combate en el que harán lo que sea para no perder ese pedazo de honestidad que aún les queda porque está sustentado en aquellos partidos que jugaron juntos, en aquella copa que ganaron, en aquellas risas que se echaron, en aquellos instantes de lo que ellos creyeron que era la auténtica felicidad.
Albert Pintó dirige con muy buen pulso esta historia que se sitúa en los terrenos movedizos de las marismas de la emoción, donde hay pasillos de tierra en superficie y aguas pantanosas en las profundidades. Tres actores muy competentes y muy creíbles en sus respectivos papeles otorgan intensidad a una historia bien contada, en la que la corrupción es la cuarta protagonista. Luis Zahera, Karra Elejalde y Jesús Carroza componen sus caracteres siempre con la impresión de que van a perder pie y se van a precipitar en el abismo porque, al fin y al cabo, nadie puede asegurar hasta dónde puede llegar la amistad. Y, a veces, es lo único que nos queda. Incluso habría que meter en la terna el excelente trabajo que también realiza Vicente Romero en la piel de ese guardia civil que está llegando a la frontera de su resistencia y, sin ser una mala persona, se agarra al único asidero en el que se siente seguro con forma de fajo de billetes.
Así que hay que andar con mucho cuidado cuando se pisa tierra de nadie porque la ley es frágil y apenas tiene medios. Eso es algo que se hace evidente y es la principal razón de que esa guerra contra el narcotráfico tome los rasgos de una derrota que va camino de la humillación. La desesperación va haciendo mella en los encargados de la seguridad y, si se alcanza ese estado de ánimo, todos los que se hallan cerca acabarán resentidos y ciertamente perderán algo, poco o mucho, grande o pequeño, mientras llegan las embarcaciones, se distribuyen las bolsas y el dinero corre en dirección contraria. Mientras tanto, quizá haya que agarrarse a las razones personales para convencerse de que la lucha merece la pena, aunque sólo sea para hacer realidad los sueños más pequeños mientras se sigue tragando toda la ceniza y mucho salitre.
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