DAVID LYNCH: LA CINTA DE MOEBIUS - Berenjena Company

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27 ene 2025

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DAVID LYNCH: LA CINTA DE MOEBIUS

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“No lo entiendo, pero es fascinante”.


Esta es la frase que más veces he podido escuchar a cualquiera que se atreviese a hablar sobre el cine de David Lynch. No cabe ninguna duda de que se trató de un cineasta diferente, dispuesto a dinamitar las convenciones narrativas del cine, con historias que eran enormemente atractivas que, en muchas de ellas, se daban la vuelta ofreciendo otra cara de una realidad aceptada y que, de improviso y de forma paradójica, desafía todas las nociones preconcebidas. Fue la demostración preclara de que la cinta de Moebius podía tener su reflejo en las películas.


No siempre fue así porque su debut en el largometraje fue algo fuera de lo común con una cinta que no fue de Moebius, pero que hubiese hecho las delicias de Luis Buñuel con Cabeza borradora, mostrando un mundo en donde lo mutante es lo cotidiano y el surrealismo surge hasta la misma superficie de una mente que va cayendo progresivamente en una paranoia alucinada. En el momento de su estreno, causó sorpresa y rechazo, adoración y ensimismamiento. Tal vez por ello le costó mucho volver a dirigir una película. Fue Mel Brooks el que le sacó de los tres años de parón porque había visto esa especie de fábula marciana que había dirigido y le había encantado el uso del blanco y negro. A través de su productora Brooksfilms, le ofreció la posibilidad de dirigir la historia de John Merrick, conocido como El hombre elefante, poseedor de una malformación congénita terrible. Lynch aceptó el encargo a pesar de que eso significaba alejarse de todos los principios esbozados en su primer título y se aplicó en ofrecer un argumento demoledoramente realista a través de un personaje que parecía sacada de la peor de las imaginaciones. Quizá fuera una broma cruel de Dios, o de la Naturaleza, o, simplemente, Merrick nació para concentrar el escarnio de muchos villanos que no dudaron en burlarse de él y humillarle.


Nueve nominaciones al Oscar en una película inolvidable le proporcionó la oportunidad de adaptar el clásico de la ciencia ficción Dune, basada en la novela de Frank Herbert, que Lynch adaptó con una estética cuasi-comic y se encargó de embarullar para que nadie supiera muy bien qué es lo que trataba de contar. El productor Dino de Laurentiis le arrebató el montaje final esperando darle algo de coherencia. Le llevó a la quiebra.


Dos años después volvió con fuerza, rebuscando en las entrañas más sórdidas y enfermizas del  cine negro con Terciopelo azul, una película sobre las obsesiones, las curvas de la percepción, la seguridad de habitar en un mundo ridículamente cruel mientras que el amor, ese mismo que nunca se llega a alcanzar, se torna en algo que dota de coherencia a las pocas aristas cuerdas que quedan. El éxito de la película fue inmediato, reconociendo el estilo absolutamente independiente de Lynch, que era capaz de armar una trama de asesinatos a partir del hallazgo de una oreja en un jardín.


Con la serie Twin Peaks, se ganó el favor de la audiencia mayoritaria, algo que, en realidad, Lynch tampoco deseaba demasiado. No dudó en batir records de audiencia con la serie al mismo tiempo que torpedeaba las expectativas sobre ella. Es cierto que obtuvo un espaldarazo importante con la Palma de Oro del Festival de Cannes con esa historia de amor desaforado, heredera directa de El demonio de las armas, de Joseph Lewis, con Corazón salvaje, con Nicolas Cage y Laura Dern cargando las escenas subidas de tono y cantando melosamente desde el capó de un coche mientras la policía de medio país les pisa los talones. Ya se sabe. Es mejor vivir deprisa que morir despacio… ¿o es al revés?


Una de las películas en las que se aprecia más claramente su obsesión con la cinta de Moebius es Carretera perdida, con Patricia Arquette y Bill Pullman tirando de las dos caras de una realidad que nunca se interrumpe, pero que sí ofrece lados totalmente distintos. Evidencia ese punto de conexión entre ambas superficies y la paradoja de la abuela resulta casi la moraleja de toda esta… ¿historia?...que destaca por su ambiente, por su puesta en escena que, resaltando la desnudez despojada de cualquier adorno, llega a causar cierta inquietud en el espectador.


Una de las señas de identidad de la obra de Lynch fue el empleo del sonido como un elemento potenciador del dramatismo de sus historias. Probablemente, eso fue lo que le atrajo de una película excepcional como Una historia verdadera, la odisea de un hombre que hizo un viaje de cientos y cientos de kilómetros sobre un cortacésped con tal de ver a su hermano una última vez. Sensible, espléndidamente fotografiada y con ese sonido que forma parte de la trama desde el principio, la película también ofrece una espléndida interpretación de Richard Farnsworth y una encantadora Sissy Spacek queda en un segundo plano esperando el regreso del protagonista. Una extraordinaria película.


A partir del episodio piloto de una serie rechazada que había realizado un par de años antes, Lynch articula otra vuelta de tuerca a la cinta de Moebius con Mulholland Drive, otra película que se sumerge en las entrañas más oscuras del cine negro para ofrecer, así, de repente, otra realidad azabache que podría ser la imperante. Hay verdaderas legiones de admiradores de esta película que ofrecen múltiples explicaciones. De hecho, el propio Lynch jamás ha querido desvelar su vocación jeroglífica, llevado, con toda probabilidad, por la seguridad de que el acabado formal es muy notable, causando esa fascinación inexplicable a la que muchos se agarran.


A pesar de conseguir una nominación al Oscar con este último título, Lynch no dirige ninguna película más salvo Inland Empire, donde lleva el principio de la cinta de Moebius hasta sus últimas consecuencias. Tanto es así que ni siquiera los propios productores supieron cómo promocionar la cinta porque preguntaron al propio Lynch qué era lo que significaba todo aquello, de una duración muy extensa y muy difícil de desentrañar, y él sólo contestó: “Sólo es una historia de una mujer en apuros”. Razón no le faltaba.


Artista multidisciplinar, consideró que el cine sólo era una de las facetas a explorar en su rico mundo de realidades dualizadas. Entre película y película, abundan los cortometrajes, los vídeos, los anuncios, los escritos, la reelaboración de algunos de sus trabajos…nunca dejó de ofrecer una visión angulada, extremadamente críptica de su percepción de la vida. Quizá, desgraciadamente, en este mundo de deconstrucción cultural, las futuras generaciones podrán distinguirle como el hombre que interpretó de forma extraordinaria a John Ford en la película de Steven Spielberg Los Fabelman. Y lo hizo tan bien porque, buscando la otra cara de su cinta de Moebius, puede que se pareciera más a él en carácter y en forma de expresión directa de lo que algunos quieren llegar a creer. Lynch no era Lynch…y, a la vez, era todo Lynch.  


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