De repente, el silencio (Almas en pena de Inisherin) - Berenjena Company

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4 feb 2023

De repente, el silencio (Almas en pena de Inisherin)



De repente, ya no hay más risas, ni complicidades. Se acabaron las pintas de cerveza compartidas y los atardeceres en la taberna. Ya no hay ganas de contar los nimios acontecimientos del día alrededor de una mesa que huele a madera y a barniz. Un amigo, ése de toda la vida, ése que ha estado contigo en los mejores y en los peores momentos, ya no quiere saber nada más de ti porque considera que eres un aburrido, un ser totalmente prescindible en su vida, una esquirla que hay que tirar porque te has convertido en la interferencia de sus pensamientos, en la dificultad de su inspiración, en la repetición continua de unos días que nunca acaban, por mucho que quieras.


En una isla perdida de Irlanda, en 1923, se abre un abismo de silencio incomprensible porque, de alguna manera, hay que deshacerse de la desesperación, es necesario espantar la soledad que está anclada firmemente en algún lugar del interior y darle vida al alma, sacar a pasear el ánimo, mirar al mar con tranquilidad, sin ruido, sin risas, sin charlas continuas y agobiantes. Ya es suficiente. No es pecado, pero puede que no esté bien. Al fin y al cabo, cualquier acto que uno mismo lleve a cabo puede afectar profundamente a otras personas. Incluso a aquellos a los que no quieres hacer daño. 


En los acantilados grises y abruptos de roca y desolación, yace la decepción de un puñado de sueños que nunca van a ocurrir. Quizá no consigas nunca ser amigo de quien deseas, o no alcances a la mujer que crees como ideal. La muerte deambula con un bichero en la mano, dispuesta a recoger barcas perdidas en un lago en el que no trabaja Caronte, pero que sí se disfraza con noblezas que se combinan peligrosamente con terquedades de carácter milenario. Es necesario salir de Inisherin porque algo en el interior se corrompe, hiere y se infecta mientras el silencio, en su interminable marcha sin charla, pudre todos los rencores, por muy pequeños que sean.


Notable película la que ha dirigido Martin McDonagh con dos actores que, en esta ocasión, resultan espléndidos como Colin Farrell y Brendan Gleeson, con especial mención para el primero al dotar a su personaje de unos gestos muy sugeridos que son suficientes como para saber qué es lo que pasa por su limitado pensamiento. Irlanda y sus paisajes improbables al borde del mar pone el resto en una película que es comedia, pero que, sin duda, también es tragedia, poniendo énfasis en un sentido del humor suave e interior mientras que van apareciendo todas las frustraciones de unos personajes que no tienen rumbo porque tampoco poseen la fuerza suficiente como para hacer que sus vidas se mantengan en esa aparente tranquilidad que no es más que el reflejo de sus derrotas. Diarias, permanentes, supersticiosas, fútiles. Tanto es así que el hecho más leve se convierte en la mayor de las ofensas. 


Así que es el momento de atravesar las distancias que separan esas casas aisladas del centro social representado por el bar. Allí donde se habla, se contesta, se canta, se interpreta una música que no quedará, al igual que la amabilidad se diluirá como la espuma de la cerveza negra va desapareciendo de la superficie del vaso. Ya no habrá dedos con los que señalar, ni grietas que cerrar. La nada será la motivación del nuevo día y las miserias seguirán ahí, dejando sus huellas en la arena de la playa. Sin ruido. Sin charlatanería de pasatiempo. Sin esa especial sensación que experimenta el corazón cuando la amistad es el día en una noche que nunca acaba. El camino es largo y el viento arrecia. Y la existencia de alguien se irá despedazando hasta quedarse en un solitario grito que nadie querrá escuchar.


César Bardés

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