Asesinos a trescientos por hora (Bullet train) - Berenjena Company

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20 ago 2022

Asesinos a trescientos por hora (Bullet train)



Siendo sinceros habría que decir que lo único que hay que hacer para seguir esta película es subirse al tren y dejar que la velocidad te lleve. El argumento va a discurrir por las vías del absurdo con la rapidez como insignia. De esta manera, se podrá disfrutar de una película que es espectáculo japonés desquiciado, Tarantino pasado por un filtro oriental un tanto alejado de Kill Bill, diálogos de risa floja y, simplemente, entretenimiento pasado por sangre.


Y es que, sin duda, es una película que conserva algunas ideas originales, siempre jugando con la perplejidad que provocan determinadas actitudes y algunos derrapajes. Incluso contiene alguna línea ingeniosa que arranca una sonrisa sin llegar a la carcajada. Sin embargo, en varios momentos, se decanta por la tuerca suelta y el intento de risa floja y ahí es donde pierde bastante porque es una historia que, bien sujeta, podría haber coqueteado con la comedia de acción de resultados más que notables. Mucho Japón, mucha sonrisita falta, mucha reacción desmedida e inesperada, pero cuando eso es lo que se convierte en costumbre, entonces la sorpresa disminuye y ya no hace tanta gracia tonta. 


Por supuesto, resulta reconfortante ver la seguridad de Brad Pitt haciendo el papel de estúpido que intenta encontrar explicaciones a lo que, sencillamente, no tiene ninguna. Y hay algunos puntazos de complicidad con el espectador en las apariciones especiales de Michael Shannon, Sandra Bullock, Channing Tatum y Ryan Reynolds. Sin embargo, teniendo en cuenta que todo el viaje gira en torno al director David Leitch, responsable de llevar al extremo al héroe más anti-héroe de todo el universo Marvel como Deadpool en su segunda parte, empiezas a entender algunas cosas. ¿Me estoy enrollando mucho o es que las letras salen porque están destinadas a ser escritas?


El caso es que no es necesario gastar ni una sola neurona en verla, eso es cierto. Todo se resuelve a base de mamporros, de alianzas imposibles combinadas con enfrentamientos brutales y, al final, uno se queda con la pregunta sobre si la suerte es algo que está planeado con antelación o es una sucesión de hechos inesperados que deben ser vengados porque las distintas fuerzas que rigen la existencia se confabulan para que corran los higadillos por los pasillos del tren de alta velocidad.


Sin duda, las secuencias de acción están bien resueltas y no se hacen muchas concesiones al espectador. Algunas secuencias no se las cree ni un japonés viendo a Pokémon, pero allá cada cual con lo que es capaz de tragar. Ya saben, el limón y la mandarina son dos cítricos que son bastante opuestos, pero que coinciden plenamente en su poder desinfectante. Las mariquitas, no obstante, siempre se plantean el por qué de las cosas y van de planta en planta, tratando de no perder sus alas. Lobos, voces sensuales por teléfono, destrozos por doquier, viejos de sabiduría de templo imperial, pestes blancas omnipresentes…mucho sol naciente que, sin atisbo de indecisión, deleitará a los incondicionales de las historias cogidas con pinzas, de los arrasamientos inesperados y de esa especie de adoración hacia todo lo que signifique que todo se va a tomar por donde amargan los pepinos nipones.


Y el caso es que, de alguna manera, los implicados en la historia, por una razón u otra, no pueden abandonar el tren. Es como si Luis Buñuel y El ángel exterminador hubieran comprado un billete de vía rápida…


César Bardés

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