A ver, ¿qué tiene de malo que un grupo de mujeres se reúnan en un local a jugar un poquito al bingo o que se cuenten sus cosas mientras meriendan? Pues, ciertamente, nada de peligroso. Salvo para la ley del hombre que quiere imponer el orden... su orden, que no el de ellas. Porque ellas están empezando a darse cuenta de que no hay rienda que las domine, que no hay más ley que la ley natural de saberse libres. Por eso juegan y trampean con el poder establecido. Por eso están constantemente caminando en el límite entre la razón y el deseo. Debe (tiene) que ganar el deseo. Eso no tiene nada de malo porque es lo que a fin de cuentas, todos queremos: dejarnos llevar por las pasiones, gritar al mundo que estamos hartos de ataduras, que no puede haber un poder superior que nos guíe en un mundo ya de por si bastante asquerosito... Fíjate cómo nos lo han dejado... Niño, no pises lo fregao que se queda marca.
En estas estamos cuando Las Niñas de Cádiz se plantan en Chiclana con el (casi) estreno de un nuevo montaje: Las bingueras de Eurípides, una delicia de texto de Ana López Segovia que con una lustrosa y dinámica dirección de José Troncoso dan como resultado un montaje esplendoroso de luz, que recorre sinuoso el sendero entre la tragedia cotidiana y el humor más socorrido, el que tenemos más a mano. Con el trasfondo clásico de esa lucha entre las ganas de rebeldía del ser humano frente al poder omnímodo de los dioses, Las Niñas de Cádiz han parido un espectáculo en el que se presenta a la risa como juego en el que hay que ganar sí o sí. Ya en El viento es salvaje, su anterior montaje premiado con un Max, vimos el soberbio dominio que la compañía gaditana maneja a la hora de contemporizar en una misma obra lo trágico con lo cómico, a veces incluso en el escaso periodo de tiempo de un minuto. Con Las bingueras de Eurípides se hace mucho más hincapié en el poder del humor como elemento subversivo frente a esos poderes que vienen de las "alturas" y como mejor antídoto frente a la tragedia. El público pasa un rato fabuloso viendo reír a carcajadas a estas cuatro mujeres bingueras mientras se toman su cafelito, mientras el orden establecido empieza a resquebrajarse por sus propias contradicciones y por el efecto sanador de la risa.
No podemos obviar que un texto tan barroco, tan gaditano, tan clásico y tan carnavalero (con sus cuartetas incluidas ahí bien metiditas) necesita de un cuerpo actoral a la altura. No es fácil lo que hacen Las Niñas de Cádiz, esta vez acompañadas por el propio José Troncoso y por Fernando Cueto en unos papeles necesarios para que la trama vaya tomando cuerpo y desemboque en ese climático final donde Las Niñas sacan todo su amor por lo clásico. Están espléndidas las cuatro, manejando el espacio escénico a placer, tomando al público de las solapas para decirle: "eh, aquí estamos en comunión. Tú también eres parte de este aquelarre teatral. ¡Participa!". Y participamos. Y gozamos. Y reímos. Bravas Ana López Segovia, Rocío Segovia, Teresa Quintero y Alejandra López que construyen unos personajes a los que quieres y respetas desde el primer minuto de representación. La puesta en escena, suficiente y minimalista, ayuda a centrarnos en unos personajes que buscan la confirmación de su humanidad frente al desafío del poder.
Y nos despedimos con el presagio de que la libertad se abre camino, en modo catártico. No puede ser de otra forma con Las Niñas de Cádiz. Nos deja la bofetada última con la que nos vamos a casa con la certeza de que la rebeldía ha triunfado. Todo muy punk. Todo muy gaditano. Estas son las bingueras y este su juego. Entremos en su tostadero "ilegal"... A ver quién tiene bemoles de llevarles la contraria.
Escucha la entrevista que mantuvimos con Ana López Segovia, aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario