La brecha de los diez años (Licorice Pizza) - Berenjena Company

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13 feb 2022

La brecha de los diez años (Licorice Pizza)



Por una vez, el director Paul Thomas Anderson se ha dejado de veleidades delirantes como The Master y ha vuelto a registros más sencillos y de mejor gusto, como lo fue Puro vicio. El resultado es una película que transporta directamente a los años setenta, con sus rojos apagados, sus luces duras y su inestabilidad irritante. Por encima de todo lo demás, destaca el trabajo de Alana Heim, que consigue hacerse muy atractiva, a pesar de no ser una mujer especialmente guapa, y que se sabe mover con mucha autoridad por la escena. 


Mientras tanto, Anderson se da una vuelta por las inseguridades de la adolescencia, pero también por la temprana madurez porque, al fin y al cabo, no aún sigue sin estar muy bien visto que una chica de veinticinco años se enamore de un chico de quince. Es verdad que el mundo que dibuja Anderson es el de una chica reprimida en su casa y el de un chaval que ha aprendido a ser independiente desde hace mucho porque se dedica al teatro y a la televisión y decide tener iniciativa para poner en marcha negocios de futuro corto y entretenimiento rápido. Anderson dirige con bastante buen gusto, algo poco habitual en él, sin grandes estridencias, deteniéndose en la lectura de los rostros para llegar a lo más profundo de sus sensaciones, siempre al borde de la decepción y del fracaso. El amor debería triunfar siempre. Y si no lo hace, al menos, debería dejar huella para el resto de tu vida.


Un amor siempre debe luchar para superar todas las barreras de conciencia y de incomprensibles convenciones sociales. Un amor debe manifestarse para poder seguir vivo. Puede ser una carrera para llegar a tiempo, Una defensa para proteger a alguien. Un sacrificio para conseguir algo más dinero. Unos celos discretos y arrinconados. Una mirada que puede decir muchas cosas y siempre se piensa que es la peor. Un deseo de verse siempre reflejado en los ojos del otro…El amor caprichoso, el amor voluble, el amor inaprensible, el amor joven, el amor maduro, el amor que es sólo amor. Amor.


Sorprende la aparición de Sean Penn interpretando a un trasunto de William Holden y recordando su aparición en una película como Los puentes de Toko-San que, evidentemente, era Los puentes de Toko-Ri, o a Bradley Cooper en la piel de John Peters, peluquero y, posteriormente, productor cinematográfico, que compartió su vida durante nueve años con Barbra Streisand. Streisand. Strei-sand. Sand. Da algo de gracia a las vidas anodinas que sólo se mueven a ritmo de corazón, preguntándose siempre si deben dar el paso o es mejor tratar de seguir la corriente que marca la vida. No todo el mundo elegiría lo primero.


Así que, amor mío, miro tu forma de andar y siento mi umbral de hombre. Veo tus ojos y encuentro tanta dulzura que apenas puedo pensar en otra cosa que en tu mirada. Miro a tus labios y quiero cruzarlos a lo largo como si fuera un Amazonas inacabable. Y quiero que el mundo mire hacia a otro lado o que, al menos, a ti no te importe si lo hace. Sólo una frase, al final, será mi premio, porque se quedará grabada en mi interior, al igual que ha pasado con tu genio, con tu comprensión, con esa forma de escucharme, con ese río que se forma en tu mejilla cuando lloras, con ese lago profundo y oscuro y apetecible que es tu boca cuando te ríes. Puede que todo sea un impulso que se pone a nuestra disposición para saltar esa brecha de diez años que tanto daño hace a un amor que quiere nacer por encima de todo.


César Bardés

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