Entre el cielo y el infierno (Belfast) - Berenjena Company

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30 ene 2022

Entre el cielo y el infierno (Belfast)



Puede que los aperos necesarios para jugar a caballeros y princesas se conviertan en los instrumentos precisos para esquivar el fuego y las piedras. A los ojos de un niño, nada puede cambiar tan rápidamente. Sencillamente, porque no es bueno. Nunca admitirá que su mundo, ese en el que se siente cómodo y en el que ha crecido con más risas que lágrimas, se desmorone por culpa de una simple cuestión religiosa que es utilizada como herramienta política para decidir sobre la independencia de un país. El fútbol en las calles, de repente, se convierte en una amenaza para ganar adeptos. Y siempre, por alguna razón que no es demasiado comprensible, hay alguien para poner algo de sentido común donde no hay más que fuego.


Mientras tanto, la vida se abre paso. El primer amor, que se lucha con la discreción y la capacidad como armas de seducción, se halla ahí mismo, en el siguiente pupitre. La travesura en una tienda se utiliza como excusa para emprender una carrera que parece todo un ensayo. La turba tratará de enganchar con su inefable bobería de palos, gritos y piedras y aún no hay suficiente personalidad como para decir que no. Da igual que seas católico, protestante o anticristo vegetariano. Si se es bueno y alguien te quiere, siempre será bienvenido. Lección de vida ante un blanco y negro que sólo se convierte en color cuando entra en el territorio de los sueños. Y ahora, en la paz, en la aceptable armonía que ha dejado de lado la fe como pretexto, también parece que las cosas, bajo los ojos de ese niño que ha crecido y ha aprendido a mirar, también tienen algo de contraste. En la noche, en el agua, en la luz de las calles y en un recuerdo que obligó a no mirar atrás.


Y es que es posible que no sea fácil volverse hacia los años de furia y comprobar que hubo mucho cariño y que, a pesar de todo, la única solución fue marcharse. Un abuelo, nos guste o no, siempre es un filósofo. Una abuela, es un pozo de incomprensiones que también se puede tornar en voz de la conciencia. Un padre, es el amor eterno mantenido a pesar de haber cometido algún que otro error. Una madre, es cierta ingenuidad en algunas de sus acciones, pero siempre bajo el móvil de querer con todo y sobre todos. Mientras, el niño, de lógicas sorprendentes y habilidades sin soberbia, se maravilla con la fantasía, con el cine de siempre, que exhibe su blanco y negro apasionante,  o su color refulgente, con el teatro como expositor de sentimientos, con un detergente biológico, o con la simple aceptación de un destino que, como niño, no desea. Todo ocurre allí, en Belfast, donde, una vez, pareció que los sueños no se iban a cumplir, donde hubo desprecios y delaciones, donde hubo más odio que ternura. Allí, en una calle en donde convivían católicos y protestantes y todos tenían una relación de vecinos, cuando menos, cordiales. Ayudándose mutuamente. Comprendiéndose. Sin más preguntas. Sin buscar respuestas. Sólo porque todos eran de la misma Irlanda. Esa misma que Kenneth Branagh nos presenta en blanco y negro, con depósitos de coche a punto de explotar, con barricadas para controlar la entrada y la salida de la gente, como si a la vuelta de la esquina pudiera haber alguien pidiendo el carnet de santidad para decidir si la muerte es lo más conveniente. Allí, en una puerta en la que cantarán el Danny Boy sin ningún recato, en un lugar en el que las divisiones largas aún se harán más eternas y en el que el olor del mar parece mezclarse peligrosamente con el de los cócteles Molotov. Branagh habla de su amor eterno. Aquel que tuvo que abandonar porque nadie puede vivir entre el cielo y el infierno y quedarse justo en medio.


César Bardés

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