Una tetera llena de sentimientos (Una canción irlandesa) - Berenjena Company

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17 jul 2021

Una tetera llena de sentimientos (Una canción irlandesa)



El amor no siempre se expresa con todas sus palabras. A menudo, es esquivo, inoportuno, tímido, incomprensible. Por eso, es posible que dos personas se amen desde su más tierna infancia y, sin embargo, no sean capaces de decírselo mirándose a los ojos. Siempre estará esa mirada de ser sin estar, esas facilidades malinterpretadas, esos momentos buscados y no encontrados. En el fondo, es una tetera llena de sentimientos con unas gotas de salitre de los cercanos acantilados de Irlanda. Quizá haya que añadir un poco de limón y una nube de leche.


Emily Blunt resulta absolutamente sabia a la hora de abordar ese personaje lleno de encanto y que oscila con gravedad entre el desafío, la incredulidad, el hastío de una espera que se hace interminable y la perplejidad de no creerse lo que está ocurriendo. Ella es la que, una y otra vez, abre y cierra las verjas que atrapan las sensaciones de todos los personajes y trata de desentrañar el enigma de un hombre que no se atreve a dar el paso definitivo para que el amor pueda vivir con libertad. Justo al lado, está también Christopher Walken, tratando de azuzar, no siempre con las mejores maneras a ese chico que se reprime continuamente por alguna razón ignota. El verde irlandés resulta relajante y la dirección de John Patrick Shanley no deja de ser bastante irregular, con un buen ritmo de chanzas y situaciones imposibles atribuidas exclusivamente al diletante carácter de la isla y, a la vez, con dos secuencias larguísimas en las que Shanley disfruta de la dirección de actores porque se ponen en evidencia unas cuantas verdades que siempre se esconden detrás de la siguiente pinta de cerveza. El resultado es una película aceptable, sin estridencias, con algún momento realmente divertido y con una tentación irresistible para vivir en un lugar donde hay agujeros en el cielo y en donde un irlandés puede morir en medio de un cuento sólo para tener una excusa para regresar.


Así pues, hay que llenar esa tetera que espera pacientemente para ser calentada y preparada. Por los senderos que siempre llevan a la misma granja, hay algún que otro trozo de metal, un burro que se sentirá muy halagado, un cotilla que disfruta dando malas noticias, una encantadora noche de talentos en la taberna del pueblo, unas malditas verjas que hay que abrir y cerrar continuamente, un deseo de seguir viviendo con aquellos que se fueron, ternura a jarras, cisnes y abejas y unos acantilados de ensueño. Ya saben, lo típico irlandés. Mucho verde y aún más lógica atlántica. Los viajes relámpago también parecen muy oportunos porque, justo cuando uno se halla lejos de lo que más quiere, es cuando se da cuenta de cuánto lo quiere. Y no importa el silencio de los años, ni las miradas de ojos entornados que lo decían todo mientras las bocas callaban. Sólo es necesario seguir hacia adelante y encarar al futuro desde la perspectiva de los que ya han vivido y han sabido hacerlo realmente bien.


Al final, siempre quedará la visión de la belleza, el disfrute de ella y la seguridad de que se apoya en el hombro buscando, a la vez, refugio y ternura. Es todo eso que falta en un país difícil de entender porque llueve y hace sol, porque los caballos se escapan y los perros atienden, porque el sabor del cristal siempre es horrible y porque los días se hacen mucho, mucho más largos si sólo hay unas débiles señales del destino diciendo que ése, y no otro, es el camino correcto para llegar a poseer algo de felicidad.


César Bardés

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