Nunca digas que fue una lucha baldía ( Regreso a Hope Gap) - Berenjena Company

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24 oct 2020

Nunca digas que fue una lucha baldía ( Regreso a Hope Gap)



Nunca digas que tantos años de convivencia, de haber compartido fracasos y triunfos, de haber criado a un niño en los acantilados de Dover y de tantas sonrisas y tantas lágrimas, la lucha fue baldía. En muchos años, quizá alguien exigió de más y alguien más fue incapaz de darlo todo. Las palabras no tienen todo el poder, pero son verdaderas losas en el ánimo cuando se dedican a destacar la inutilidad, lo que se hace mal. A veces, recordar la mediocridad no es, ni mucho menos, el camino más indicado para alcanzar la felicidad. Y ahora, el destino es el encargado de cerrar la puerta.

Nunca digas que no recuerdas aquellos días en los que un niño se columpiaba entre nuestras manos y sentía que la vida se abría tan ampliamente como la mirada infinita sobre un océano. Fueron momentos brillantes, inolvidables, punteros. Se convirtieron en la cima de la vida y ni siquiera se dieron cuenta los que los vivieron. Aquellos años se disfrazaron de algo más que de una taza de té, que de los pequeños detalles con los que se viste la rutina. Y, cuando todo eso se derrumba de repente, no es fácil de asimilar porque la ceguera de la desgracia impide ver dónde estuvieron los errores y cómo se pudieron reparar. La soledad es lo siguiente y no se puede asumir así como así. Incluso es posible que la solución pase por mirarlo todo desde lo alto de los acantilados de las rocas blancas de Dover.

William Nicholson, el reputado guionista de aquella maravilla titulada Tierras de penumbra, de Richard Attenborough, ha dirigido esta película con sentimiento, estructurando toda la historia a través de diferentes episodios que narran con sensibilidad una ruptura y un encuentro, un ruego y una evidencia. Puede que el amor no lo cure todo y, en el rostro de Annette Bening, de Bill Nighy y de Josh O´Connor se expresan todas las dudas, todas las incomprensiones y todos los cataclismos de un mundo que parece perfectamente ordenado y que, sin embargo, se desmorona en apenas unos minutos. Todo para llegar a la conclusión de que es mejor no utilizar el dolor como arma y que hay que saber cuándo hablar, sin duda, pero, también, cuándo callar. El resultado es una película de cierta emoción, con los tres personajes perfectamente trazados y en los que se puede bucear con facilidad para encontrar sus debilidades y sus fortalezas. Los años también marcan las arrugas del carácter y, es posible, que los defectos se acentúen con mucha mayor claridad. Y la catarsis será para quien aún tiene la capacidad de mirar hacia adelante.

Nunca digas que no aprendiste nada mientras leías los poemas que te hechizaban, porque llegará un día en que esperarás que él aparezca concediendo una última oportunidad. No habrá más más días, ni más esperanzas, porque, quizá, sólo es amor lo que se ha mendigado y no es suficiente. No hubo valoraciones, ni ánimos, sólo censuras y reproches. A menudo, menudos, insignificantes, casi imperceptibles, pero los granos de arena forman desiertos y éste es más grande y más inhóspito del que puedes llegar a calibrar. Los cuerpos no se abandonan y se desnudan por el camino de hielo, no se vuelven a levantar por la exigencia y por esa forma de pedir obligaciones que ya no se tienen ilusión por dar. No, no digas que fue una lucha baldía, porque no lo fue. No lo digas. Es mejor dar por hecho que los días y noches pasaron y que ahí hubo algo muy parecido a la felicidad. El resto lo hizo la vida.


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