Tal vez, en algún lugar perdido entre las arenas y las piedras que se atreven a besar el mar, se halla alguien que ha sufrido tanto el dolor de una separación que ha dimitido de la obligación de vivir. Por eso, no quiere mantener relaciones cordiales con nadie, no desea regalar sonrisas, ni buenos deseos. Sólo quiere perderse en sus pensamientos, regodeándose en la soledad de una casa que quiere parecerse a las rocas blancas de Dover. Incólumes, impasibles, imbatibles, permanentes y sin la más mínima sensibilidad hacia nada, hacia nadie.
Sin embargo, puede que llegue una sorpresa que nunca se buscó. La vida sale al encuentro para hacer que el destino se cumpla y ese monstruo que yace en la playa comienza a levantarse para darse cuente de que aún es capaz de soñar algo que merezca la pena. Es posible que el viento lleve un mensaje. Y que las olas del mar traten de hablar. Incluso, entre las nubes, un castillo se levanta para tener la sensación de que las personas que realmente la han querido están hablando para decir, por última vez, que has sido lo más importante de su vida.
Entre medias, estará el mal carácter, lo huraño como código de conducta, la ira como única salida. Pero también se hallará el encanto de freír unas patatas, de explicar algo que entusiasma, de notar que la existencia sirve para hacer el bien en otras vidas, en otras inquietudes y en otras realidades. Por supuesto, la mentira por omisión también aparece y todo puede derrumbarse en una hoguera de incomprensión, pero el cariño, con todo su sentido, se sobrepondrá a cualquier otra circunstancia. También a la muerte porque, al fin y al cabo, las historias surgen siempre de algo.
Hay que reconocer que, más allá del gozo que supone disfrutar de la experiencia y el gusto por la actuación que desarrollan intérpretes de la talla de Tom Courtenay y Penelope Wilton, hay que disfrutar en esta película de los distintos registros que exhibe de forma eficaz una actriz como Gemma Aterton, elevándose, quizá, como el mayor atractivo de todos. Con una historia que bordea peligrosamente el gusto de lo políticamente correcto, ella pasa de lo arisco a lo tierno, de la dureza a lo entrañable, de la verdad sin tapujos a la piedad, con maestría y peso. Lo demás no es del todo redondo, pero sí que hay algo de emoción en esa búsqueda del Edén en una existencia terrenal, dejando que los sentimientos rebosen y el espectador se quede con la experiencia de que somos, sencillamente, todo lo que amamos.
Nada hay más fácil que derribar al monstruo en la playa con la viveza de quien siente la curiosidad por aprender cosas. Tal vez porque una de esas cosas es la capacidad de querer. El destino, a veces, escoge caminos muy tortuosos para cumplirlos y, a cierta edad, puede ser el momento de echar la vista atrás y darse cuenta de que todo ha merecido la pena por la seguridad de haber dejado huella en los que te rodean. La hoja de papel en blanco siempre es un cíclope desafiante que invita al error y las lágrimas son letras impresas con furia para ser parte de toda una historia. Y, de vez en cuando, hay que mirar allí, al horizonte, donde las nubes comienzan a dibujar sus formas y tratar de avistar ese lugar pagano donde queremos creer que están los que nos cuidan sólo porque siempre lo han hecho. También en este lugar lleno de playas, espumas de mar furiosas, rocas retadoras como lienzos blancos en los labios de la tierra y paredes de madera acogedoras que terminan por crujir de satisfacción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario