En definitiva, puede que, en ocasiones, queramos que las cosas sean invertidas para tener la oportunidad de atraparlas al vuelo. O, quizá, de disfrutar de esa amistad que se sabe especial aunque no haya habido oportunidad de vivirla. O, incluso, de saborear esa sensación de proteger a alguien más allá del deber sólo porque es justo. La realidad va en una sola dirección y la fantasía es posible que también exista en algún lugar yendo en sentido contrario. Y lo que es evidente es que, en el ocaso, ya no hay amigos.
Palíndromo de la imagen y de la narración, con vueltas e idas que sólo claman por una salvación con el código de conducta inquebrantable, Tenet da vueltas y vueltas sobre la realidad que se puede cambiar. Tal vez, el hielo queme y el fuego hiele, o lo que es correcto está equivocado, o lo que es amor, es seguridad. Lo cierto es cada uno percibe esa realidad de una manera diferente y somos lo que hemos sido. Nada, ni siquiera la inversión de todas las sensaciones, podrá arrebatar esa verdad que, se lea como se lea, significa siempre lo mismo. El oxígeno se retira y la imaginación se desborda en unos tiempos en los que cualquiera desearía dar marcha atrás y volver al punto de error. La acción es el denominador y, en eso, la película ofrece lo mejor. Y la conclusión es que vivimos tiempos demasiado crepusculares.
Christopher Nolan no ha hecho su mejor película con Tenet. Está por debajo de Dunquerque, de Origen e, incluso, de Interstellar, pero, aceptando que no todo el mundo podrá paladearla con propiedad, es una estupenda historia en la que, parece, es fácil colar alguna que otra incoherencia por la velocidad y complejidad de la trama, pero que, si se reduce a su esqueleto, todo es mucho más sencillo de lo que, a primera vista, se nos presenta. Al fin y al cabo, la realidad es la que es y sólo hay que mirarla al revés para darnos cuenta de la importancia de nuestros actos, de nuestros aciertos y, también, de nuestros fallos.
John David Washington, en el papel principal, comienza a profundizar en sus personajes con cierta sabiduría, consiguiendo alturas infinitamente mejores que las mostradas en Infiltrado en el KKKlan, de Spike Lee. La música, es cierto, acaba por aturdir y se nota la ausencia del habitual Hans Zimmer, pero Nolan teje con paciencia y alteración de la entropía una trama que llega a ser apasionante. Y nadie, ni siquiera los habituales ahogadores de la brillantez, puede negar que es un cineasta que trata de dar un paso más, que está haciendo evidentes sus obsesiones y que visualmente está muy por encima de la media habitual.
En definitiva, puede que, al vuelo, queramos que las ocasiones sean invertidas para tener una oportunidad de atraparlas. O, quizá, de vivir la oportunidad de un disfrute basado en una amistad que se sabe especial. O, incluso, de proteger más allá del deber a alguien que saborea una sensación porque es justa. La fantasía va en una sola dirección y la realidad es posible que también exista en algún sentido del lugar contrario. Y lo que es evidente es que, en el ocaso, ya no hay amigos. Sólo el asiento de atrás de algún coche que nunca debió aparcar en medio de ninguna parte y la percepción de que la realidad se escapa por el agujero de una bala que hay que asimilar como parte de la vida.
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