El teatro de Rafael Álvarez El Brujo no es teatro...
El teatro de Rafael Álvarez El Brujo no es teatro porque El Brujo es un género teatral en sí. No hay nada mejor para pasar a la posteridad que convertirte en lo que amas, en lo que da forma a tu pasión vital y profesional y el actor cordobés lo hace constantemente. Repetitivo le llaman, no sin razón. Se repite como género teatral, como extensión de su propia obra. El teatro y El Brujo son una cosa indivisible y afortunadamente estamos vivos para disfrutarlo.
Lo que El Brujo explota permanentemente desde hace ya años es la búsqueda interiorizada del personaje. Una vez que el actor da con los rasgos definitorios del carácter, lo exterioriza en un extenso monólogo que (he aquí el gran acierto) enlaza cualquier texto originario con la realidad que nos toca vivir. Teatro como espectáculo, teatro como ejercicio para exorcizar males, teatro de denuncia social con la sonrisa de ariete contra tiempos oscuros. Algunos dirán que es fácil lo que Rafael Álvarez hace sobre un escenario, pero él se aleja del monólogo cómico para enseñarnos que aún hay vida en los clásicos, que aún tenemos que aprender mucho de textos que tienen a sus espaldas unos cuantos siglos y miles de reinterpretaciones escénicas. Y aquí entramos en otro valioso punto que la forma de hacer teatro del Brujo nos regala: la investigación y la docencia. Sus obras son un compendio maravilloso de las virtudes de la literatura en una búsqueda incansable. Teatro, poesía, narrativa... Autores que llaman a la puerta del que está ávido de conocimientos y que encuentran en El Brujo el vehículo perfecto para hacer llegar su mensaje más actual que nunca. Porque ese es otro pilar fundamental en su la puesta en escena: la facilidad con que traslada el mensaje. Rafael Álvarez como actor, como traductor, como docente, como ensayista, como payaso loco que somete sus nervios en un soneto shakesperiano o un poema de Juan Boscán...
Con Dos tablas y una pasión, El Brujo acaricia clásicos, los engalana bajo el velo del monólogo cómico y los regala a un público deseoso de aprender de que le trabajen el oído con los versos de Garcilaso, Santa Teresa de Jesús, Quevedo, Góngora o San Francisco de Asís. Enhebra de forma mágica, casi irreal por lo difícil que es y por lo fácil que parece, esos textos cultos con la más cruda realidad que nos rodea. Humaniza los perennes escritos de grandes literatos para cogerlos como piedra de toque de una obra desnuda, despojada de artificio pero llena de belleza. Y si ya le sumas el aporte musical de Javier Alejano (al violín) pues el conjunto es la sublimación de la hermosura.
El Brujo se deja llevar por el ambiente y por sí mismo. Se gusta en el escenario. Se gusta y sabe que está gustando. Por eso improvisa, alarga las escenas, degusta cada momento con la pasión del novato. Un novato con más de cuarenta años de carrera que sigue aprendiendo cada día de los clásicos y de cada público que le aplaude al finalizar de forma sincera y agradecida.
Foto: @zuhmalheur
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