En mitad de los sueños (Fantasy Island) - Berenjena Company

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15 feb 2020

En mitad de los sueños (Fantasy Island)


Hace muchos años, allá por los ochenta, hubo una serie de televisión que obtuvo un gran éxito. Se llamaba La isla de la fantasía y estaba protagonizada por Ricardo Montalbán y el acondroplásico Hervé Villechaize. Todo consistía en un lujoso hotel que ofrecía a sus huéspedes hacer realidad sus sueños a través de unas cuidadas puestas en escena que siempre hacían pensar si lo que ocurría era algo previamente planeado o si la ficción superaba la más disparatada de las imaginaciones.

La idea no era nueva. Ya en los setenta Michael Crichton publicó una novela y la adaptó posteriormente al cine con el título de Almas de metal, con Richard Benjamin y Yul Brynner en los papeles principales e, incluso, hubo una secuela poco después dirigida por Richard Heffron y con el título de Mundo futuro, con Peter Fonda y de nuevo con Brynner cuyo argumento era exactamente el mismo, sólo que los personajes que intervenían en las fantasías de los clientes eran autómatas y el lugar de los hechos era un parque temático. Ahora estamos ante una versión de la serie y el resultado es tan malo que más vale guardarse los sueños para una mejor ocasión.

La película comienza con ciertas ganas de convertirse en algo parecido al terror, pero todo se fía a que la isla tiene propiedades mágicas, y las diferentes historias contienen giros increíbles, desbarres importantes, mutaciones sin razón y un final tan largo y tan cavernoso que uno ya no sabe si levantarse de la butaca o echarse un sueño de verdad. Las interpretaciones no merecen la pena, el sentido se pierde en cada tramo y aquel encanto ochentero que destilaba la serie se pierde en los meandros de una adaptación pobre, sin inspiración e incapaz de sembrar la sorpresa.

Y es que todo es para terminar con la moraleja de que las segundas oportunidades no existen. Y si el destino brinda esa posibilidad ha de ser siempre a costa de un gran sacrificio. Los personajes cambian de dirección como el viento en esa paradisíaca playa de las Islas Fidji donde está rodada la película y el humor es tan ingenuo que parece que la haya escrito un jovenzuelo de quince años al que le gusta jugar con granadas, con armas, con chicas de bandera, con fuego y con alucinaciones variadas. Así, de este modo, la historia parece un disparo en medio de los sueños, tratando de acabar con cualquier atisbo de imaginación de aquellos a los que les gusta creer que todo es posible en una vida que regala muy poco. La supuesta magia isleña resulta ser tan dura como la propia existencia y, eso sí, todos salen conociéndose un poco más y con la conciencia de que las fantasías propias siempre interfieren en las ajenas.

Habrá que dejarse invadir por la suave brisa tropical, por las cálidas aguas del Océano Pacífico, por la sensación, durante unos momentos muy escasos, de ser Dios y de haber conseguido lo que el destino niega con terquedad. La venganza suele estar presente en muchas de esas fantasías de debilidad y error y la visión se vuelve negra según avanza el metraje. Quizá algunos hasta lleguen al borde de la irritación por el descuido con el que se intenta armar algo con lo que se pretende encajar el sentido común, pero más vale arrellanarse en el asiento, asumir la cara de escepticismo con las cosas delirantes y pensar que el dinero se puede invertir en tomar unas cañas con los amigos y nadar en la sensación de que aquello, por muy rutinario que nos parezca, sí que es una auténtica fantasía muy cercana a la felicidad.                           



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