La importancia femenina (Mujercitas) - Berenjena Company

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1 feb 2020

La importancia femenina (Mujercitas)


No hacía falta ser ningún adivino para prever que, en los tiempos que corremos, la nueva versión de un clásico de la literatura como Mujercitas tendría su correspondiente versión. Es difícil resistirse al retrato de Jo March como el de esa mujer independiente, decidida, algo voluble y subjetiva, pero también enormemente razonable y llena de talento en un mundo y una época en la que la mujer es despreciada por el mero hecho de serlo. Ella lleva sus elecciones vitales hasta sus últimas consecuencias y, cuando cambia de opinión, siempre es para peor. Y esa es una gran cualidad de las mujeres. Aprenden muy rápido de sus propios errores.

También son constantes, valerosas y determinantes. El amor, para ellas, es algo más que un sentimiento. Es una realización, un fin y nunca un medio. Y ese amor lo reparten entre todas las cosas y personas que son importantes en su vida. Persiguen sus sueños con ahínco, sin descanso, porque están hechas de ese material con el que se forjan. Sus miradas de ojos entornados son los mayores tesoros que pueden poseer los hombres. El deseo casi se convierte en una obligación y ellas, por supuesto, saben sacar lo mejor que hay en el sexo opuesto. Son mineras de la emoción. Y la vida sólo tiene importancia si ellas están.

La espera es una de sus virtudes y saben apoyar en cualquier circunstancia y en cualquier momento. La venganza es uno de sus peores defectos porque, en algún rincón de su alma, hay una herida imposible de cerrar de forma inmediata. Puede que ese rencor se supera saliendo hacia adelante, o haciendo un daño excesivo, o buscando otros horizontes. Resisten todo. Y el dolor, que padecen de forma mucho más extrovertida, acaba por ser un animal domesticado en su interior. Son fascinantes, magnéticas, atrevidas, transgresoras, exigentes, hermosas, siempre hermosas. En ellas, la importancia femenina se hace toda una obra de arte.

Greta Gerwig dirige esta versión de la novela de Louise May Alcott con cierto gusto, aunque con algún que otro error. Hay algún fallo de continuidad, provocado, sin duda, por el montaje, insertos sin mayor trascendencia y, por supuesto, llega a ser redundante el hecho de ver a Timothée Chalamet con un niño en brazos. Sin embargo, Saoirse Ronan sabe imprimir alegría a su Jo y entre los secundarios destaca por encima de los demás el maravilloso trabajo que realiza Chris Cooper. La banda sonora de Alexandre Desplat, como es habitual en él, es de una delicadeza exquisita y se ha puesto un especial cuidado en el vestuario y la ambientación. El resultado, con sus errores incluidos, es bueno, con un inteligente uso de la fotografía, sin abusar del folletín y construyendo con paciencia a las cuatro protagonistas para entender sus trayectorias como adultas conscientes y valientes.

Y es que no deja de estremecer el placer que siente un anciano al escuchar el sonido envolvente de un piano en manos de inocencia. O la emoción que destila un reencuentro, una negativa y una afirmación de personalidad. O, incluso, la caridad bien entendida en tiempos muy difíciles. Los verdes campos de Nueva Inglaterra son los depositarios de la ilusión de unas cuantas mujeres a punto de convertirse en adultas y no podremos más que entornar un poco los ojos por ellas, por mucho que alguna no nos convenza. Es la magia que surge cuando se escribe en un papel todo aquello que nos hizo ser como somos.                                                             


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