Un escritor se suicida y no es sangre todo lo que reluce. Detrás de su aparente decisión hay todo un muestrario de tóxicos para escoger. Hijas que le deben el éxito profesional, yernos sentimentalmente desahuciados, estafas para la educación de nietas, inutilidades profesionales alimentadas por la opulencia e, incluso, algún que otro pretendido heredero rebelde de calenturienta imaginación. Todo resulta de influencia irremediablemente tóxica. Y no puede ser que la inocente sea culpable.
Así que no hay nada mejor que llamar a un experto investigador para que líe la madeja y después deshaga el ovillo prestando atención a cada uno de los más ínfimos detalles. Una gota. Un frasquito. Una evidencia. Un detector de mentiras natural. Un retazo de barro. Un testamento. Todo forma una especie de rompecabezas que se va complicando según se va encajando. De este modo, nunca se termina porque lo que parece no es y lo que es, sencillamente, no lo parece.
Con evidentes inspiraciones en la escritura de Agatha Christie y en la brillante trama de La huella, de Joseph L. Mankiewicz, el director Rian Johnson ha construido un misterio que resulta irregular en algunos tramos, pero que deja un razonable buen sabor en el paladar. Las maderas nobles crujen al paso de los sospechosos porque el suelo siempre sabe que todos tienen algo que ocultar y los rostros conocidos pasean sus pequeños momentos por el escenario de odios y desprecios que se profesan entre sí. Quizá el mayor problema de la película sea esa extraña y algo excesiva interpretación que ofrece Daniel Craig en la piel de un detective que intenta ser un remedo de Hercules Poirot del siglo XXI, pero, en cambio, se puede disfrutar del trabajo delicado, contenido y ciertamente destacable de Ana de Armas, de la delicia de volver a ver a Jamie Lee Curtis o de la sabiduría que siempre aporta un actor de la talla de Christopher Plummer.
De modo que es el instante más adecuado para hacer las preguntas más inquietantes, de sostener una nota irritante, extravagante y cómica en el teclado de un piano, de echarse a la cara unas cuantas verdades exageradas y alguna que otra mentira certera, de deducir lo que se halla detrás de una muerte que puede llegar a ser absurda y, sobre todo, de asistir a una intriga que, sin llegar a ser paródica, no deja de intentar dibujar alguna sonrisa acentuada por una o dos carcajadas breves. El resultado es agradable, con virajes imposibles, algún que otro marinero jovial y la última voluntad de un hombre que sabe que todo en su familia es basura por uno u otro motivo.
No se dejen engañar. El dinero nunca es suficiente para quien vive rodeado de él. Es necesario pensarse el asunto un par de veces para ver con claridad quién está detrás de lo que ocurre. Las fiestas suelen ser muy animadas en su fachada mientras los ríos de resentimiento recorren las venas de los asistentes. Es natural que, entre unas paredes en las que no hay amor, surja la muerte y todos parezcan inocentes detrás de una máscara de corrupción. Los puñales apuntaran a todas partes para decir bien claramente que todo es mentira, truco, apariencia y falacia. Y el que esté libre de pecado que arroje la primera hoja bien afilada. De repente, la fortuna puede caer encima como una losa y el acoso moral resulta insoportable. Y lo mejor de todo es que nunca hay que perder el sentido del humor.
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