Cuando el ser humano demuestra su auténtica valía, cuando es capaz de trabajar codo con codo por un objetivo común, cuando se pone de manifiesto el talento y la profesionalidad de los que, de verdad, valen, se puede llegar más allá de lo imaginado. Por mucho que, en el fondo, eso sea un acto de fe y visión, por muy difícil que sea. Si damos lo mejor de nosotros mismos, el progreso será la recompensa.
Y eso es lo que ocurrió con la misión Apollo 11. Fue soñar con aquello que era realmente imposible. Se trató de que todo saliera bien cuando, verdaderamente, mil cosas podían salir mal. La impresión de unos motores en ignición retumban en las vísceras de los que se hallan cerca para ser testigos de una hazaña memorable. Y para los escépticos hay que recordar que se ha vuelto a la Luna varias veces y que son 400.000 kilómetros de distancia.
No cabe duda de que los tres héroes que ejecutaron el esfuerzo de otros muchos fueron los hombres adecuados en el momento oportuno. Neil Armstrong era el hombre frío, carente de carisma, capaz de analizarlo todo al milímetro y calcular los riesgos. Buzz Aldrin era el extrovertido, el tipo que sabía infundir confianza con tan sólo una mirada. Mike Collins era el profesional inmutable, que siempre tenía la sonrisa puesta para tranquilizar a los demás, el que tenía que asegurar que iban a volver a casa. Los tres formaban una balanza compensada que resultó ser imbatible frente al miedo, a las posibles dificultades, a la responsabilidad de llevar a cabo una heroicidad que estaba más allá de los mejores sueños de toda la Humanidad. No era una misión fácil y aún sigue sin serlo. Tal vez no se vuelva nunca porque los costes, hoy en día, serían inasumibles. Y sí, tenemos tecnología para llegar a Marte…pero no la hay para volver.
El documentalista Todd Douglas Miller ha limpiado imágenes, ha mejorado sonidos y nos ofrece un primer plano de lo que fueron aquellos días que conmovieron al mundo. Sin dejar la emoción de lado y con un sentido del ritmo envidiable que sólo acelera en los momentos clave de la misión, Apollo 11 es una película necesaria e inolvidable y, tal vez, definitiva. Sin narración alguna, sólo con las voces auténticas de los que participaron desde el centro de control o desde el espacio, el documento se mueve dentro de los límites de la admiración que despierta el esfuerzo conjunto de casi 400.000 personas que intervinieron en aquellos días de gloria. Y el nudo en la garganta comienza a formarse con peligro de desbordamiento porque se hizo para ir un poco más allá en las fronteras del conocimiento. Quizá algo que se ha quedado ya lastimosamente obsoleto.
El despegue, el alunizaje, la reentrada, las igniciones necesarias y de corrección de rumbo, los mensajes, el agotamiento, el fuego por la ventana, la Tierra, siempre tan hermosa y tan radiante en medio del espacio negro y vacío; la música, la tensión, el júbilo, la alegría…todo funciona con exactitud en este documental que, prácticamente, es una película de ficción en su estructura y sus emociones. Aún queda la sensación de esos motores rugientes que elevan al cohete hacia el radiante cielo azul que recubre nuestras fantasías y que, a veces, negamos con necedad. Tanto es así que nunca supimos apreciar que pudimos ver de cerca un mar lleno de tranquilidad y desolación. Como dijo John Kennedy, se trataba de un acto de fe y de visión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario