Esbozos de la creación (La sombra del pasado) - Berenjena Company

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6 abr 2019

Esbozos de la creación (La sombra del pasado)


Cuando alguien se siente artista acude a todos los resortes del interior para dar rienda suelta a su inspiración. Ahí están los recuerdos, sean buenos o malos, las experiencias, los sentimientos, la subjetividad y el propio destino jugueteando con una creación que, escondida en su cobardía, practicará esbozo tras esbozo hasta dar el salto al lienzo definitivo. En ese instante, nace el estilo, el deseo de contar algo sin decir ni una sola palabra, la irresistible conquista del concepto y, también, el encuentro con la seguridad.

Y así, el artista va naciendo mientras se asiste a la crueldad, se siente la pérdida, se acurruca ante la desolación, se ilumina con el amor, anhela la libertad, comparte la búsqueda y halla el mensaje. El camino es largo y duro, con idas y venidas que, en ocasiones, acaban formando una burla del destino o una justicia poética emanada de la inspiración…o, tal vez, de algún viento casual movido por los fantasmas del cariño. El lienzo en blanco abre su boca descarnada para gritar la inutilidad del vacío y, de repente, una idea brota, el pincel se mueve y todo comienza a tener un sentido ignoto que, a partir de determinado momento, corresponde a los ojos que ven el resultado final. El arte es así de misterioso y de escurridizo. Está a la vuelta de la esquina, sólo que no se sabe de qué esquina.

Después de la desastrosa experiencia que le supuso rodar en Estados Unidos The tourist, Florian Henckel von Donnersmarck, director de la aclamada La vida de los otros, vuelve a Alemania para rodar otra historia de destinos y artes surgidos de la presión de dictaduras de derechas y de izquierdas. La seguridad de que, de alguna manera, todo acaba encajando es algo que sólo poseen los artistas y von Donnersmarck demuestra que está muy cerca de serlo cuando domina todos los rincones de la producción con las manos libres. Ayudado por la maravillosa música de Max Richter y la impecable fotografía de un monstruo como Caleb Deschanel, el director se decide a relatar la vida del pintor Gerhard Richter (nada que ver con el compositor) cambiando algunos parentescos o introduciendo situaciones que, desde luego, funcionan en una historia que, eso sí, podría haber aligerado un poco de sus tres horas de duración. De paso, hace una visita a la desorientación de occidente, a la manipulación de la verdad y, por tanto, del arte, a la ceguera habitual de un pasado del que cualquier alemán se avergüenza y al ahogamiento intelectual del régimen de la República Democrática Alemana. No está mal para querer contar la vida de un artista que, bajo el rostro de Tom Schilling, desafía a lo establecido y vence más allá de los convencionalismos.

El amor juega un papel importante en los primeros apuntes, la pasión se va sin avisar y la pintura desaparece en busca de una razón para existir y siempre, siempre, la certeza de que lo que hay que transmitir es una parte de uno mismo, del yo más interior del artista, de la verdad que habita en cada uno de ellos. Sólo así se puede llegar a la excelencia en el arte porque, de lo contrario, se distraerá en las trampas del discurrir, preocupándose por las maquinaciones de un suegro despreciable en su superioridad, o en las pérdidas que se quedan grabadas en el corazón mientras una mano intenta coger las medidas de una escena que trata de guardar en el museo de la memoria. Los esbozos de la creación surgen a cada mirada, a cada gesto y a cada hecho porque, tal vez, la obra de arte de una vida sea todo un mosaico de sensaciones.


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