Carretera y manta (Green book) - Berenjena Company

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4 feb 2019

Carretera y manta (Green book)


No hay nada como un viaje en estrecha convivencia para visitar rincones del interior de uno mismo de los que ni siquiera se conocía su existencia. Tal vez, al mismo tiempo que el paisaje exterior va pasando por delante de los ojos, caigan algunos prejuicios, se construyan otros, haya una cierta capacidad para la sorpresa, se deje un buen sitio al aprendizaje y, de paso, dé comienzo una hermosa amistad. La carretera es larga, la manta es caliente y queda mucho camino por recorrer.

Y así, desde una ventana quizá haya una cierta capacidad de asombro; desde un puesto ambulante, una lección para la honestidad; desde una taberna, una demostración de sangre fría; desde un coche, una conversación casual. No basta con ser un genio, también hay que asumir algún que otro riesgo para que todo el mundo se dé cuenta de que, tal vez, no todos somos iguales y no es precisamente una cuestión de raza, sino de talento. Los estados del sur se suceden y todos son iguales. Quieren lo mejor, pero son incapaces de dar nada. Y todo tiene un precio. Aunque sea el de la dignidad. Algo que, muchos de esos ricos y aparentemente cultos del profundo interior, no acaban de entender. Puede que un tipo acostumbrado a trastear por los patios del Bronx y un negro que toca el piano como los mismos ángeles puedan enseñarles algo.

Es cierto que esta película visita muchos lugares comunes y peca de una cierta previsibilidad. También hay algún punto del guión no acaba de estar bien atado, pero no cabe duda de que funciona. Sobre todo porque el tono elegido y que sobrevuela toda la historia es el de comedia y porque hay dos actores que dan lo mejor de sí mismos y la engrandecen con unas interpretaciones básicas, pero intensas. Viggo Mortensen y Mahershala Ali consiguen una química muy especial entre ellos y sus continuas escenas dialogadas siempre deparan alguna sorpresa agradable. Y, al final, puede que el entusiasmo lleve al aplauso amable, por un rato bien aprovechado a bordo de un viaje que nos va encantando poco a poco sin llegar al hechizo mágico.

Y es que no es fácil trasvasar la facilidad de palabra de un fulano de puño rápido e inteligencia viva, capaz de comerse veintiséis perritos calientes por una apuesta, y convertirlo en un duelo dialéctico con un fino y estirado solista de piano de pensamiento claro y mirada descreída. Ambos, con sus requerimientos y contestaciones, consiguen que las líneas discontinuas de la calzada pasen más rápido y que las largas horas de carretera sean acogedores momentos proporcionados por la manta de sentirse seguro y, sobre todo, acompañado. El país es muy grande y los kilómetros se cuentan por miles y es hora de decir a todos que es hora de cambiar, por mucho que los años hayan pasado y todavía haya miedo a comer en un sitio por el mero hecho de ser negro. Nunca está de más recordarlo de nuevo, aunque sea con una sonrisa en los labios y unos dedos bien ágiles dispuestos a acariciar unas teclas. Al final, siempre habrá una noche en el que las cosas son como deben ser y en la que el cariño se hace real después de un largo sueño de muchas millas. Nadie es más que nadie…a no ser por su valía. Y aquí, en esta película, podemos observar a dos hombres que se elevan por encima de la mediocridad tan sólo porque consiguen experimentar muy de cerca lo que significa el respeto.
                                                                                                 
César Bardés

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