El sindiós del mañana (Tiempo después) - Berenjena Company

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29 dic 2018

El sindiós del mañana (Tiempo después)


Si nos ponemos a hablar de España, ese país de charanga y pandereta que se esfuerza durante todos los días de su azarosa existencia por hacer de la nada un sindiós, el resultado puede oscilar entre el absurdo y el ridículo. Tanto es así que, en un hipotético apocalipsis, es muy posible que todo se reduzca a agrupar a los ricos por un lado y a los pobres por otro. Y así no hay quien pueda vender un miserable zumo de limón en condiciones, hombre.

La distopía está servida y ahí tendremos a las cabras pastando en la piscina, a esa legendaria pareja de guardias civiles compuesta por Morris y don Alfonso, a un barbero que se carga a otro porque el negocio es el negocio y no marcha como debe, a un conserje que tiene unas reglas rígidas dictadas por un rey de bastos que se entrena para gobernar a base de caprichos y por libre, a la Méndez, una jefe de gabinete que está de toma pan y moja y a la que le queda un prurito de conciencia social, a un alcalde que, cuando está de malas, se pone insolente con pareados y a unos cuantos jóvenes a los que les gusta hablar más que actuar porque hacer, lo que se dice hacer, no hacen nada. Y a un cura al que le gusta liarse a tiros. Por otro lado, los parados, los sin techo que sobreviven en el bosque y tienen que soportar las cansinas letanías de un locutor de profesión pesimista. Ahí podremos atisbar que, de vez en cuando, hay que rezar al Quijote, porque digan lo que digan, todos hemos dicho que lo hemos leído y casi ninguno lo ha hecho. Entre ellos, también hay un fraile y una monja que coquetean peligrosamente con el pecado de lujuria, se reúnen alrededor de una fogata para contar y cantar sus proclamas políticas y que, cuando pasan a la acción, lo hacen tan mal que parece que el sindiós también se pone a mendigar. España a la sombra de un rascacielos en medio de Monument Valley. Ni Lorca, ni Machado, ni la vaina que los malcrió pudieron llegar a imaginar tal despropósito de futuro.

A primera vista de anarquía y barricada, podría parecer que el director José Luis Cuerda ha querido fabricar un caos que sirva de ariete para cargar contra la clase alta, la Guardia Civil, la Iglesia y el supremacismo social, pero no se dejen engañar. Cuerda, con inteligencia y humor, también vuelve las bayonetas desde el izquierdismo de toda la vida hacia esas nuevas posturas revolucionarias que no desean la igualdad, sino convertir a unos pocos privilegiados en nuevos componentes del grupo dominante y olvidarse de los de siempre. Al fondo, parece que Lampedusa vuelve a aparecer con una carcajada que, entre espasmos y ataques de tos, sigue diciendo que todo tiene que cambiar para que todo siga igual. Y aquí hay algo más de miga crítica que en aquel amanecer que no era poco.

Con sabiduría, Cuerda maneja un reparto coral que exhibe en cada uno de sus nombres algún momento de lucimiento. Es posible que alguno no vea en esta película más que una sucesión de chascarrillos luminosos que delata la simpleza del espíritu patrio y, sin duda, estará equivocado. Hay de eso y más aunque, quizá, el conjunto deje poco rastro tras su paso. Al fin y al cabo, sindiós tras sindiós acaba por convertir la memoria en un erial que sólo guarda la agradable sensación de que alguien ha terminado por decir dos o tres verdades a la cara con gracejo y agudeza a pesar del espanto que le produce asistir al triste espectáculo de lo que realmente somos.                 

César Bardés

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