Memorias del subsuelo (Malos tiempos en El Royale) - Berenjena Company

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18 nov 2018

Memorias del subsuelo (Malos tiempos en El Royale)


Un lugar perdido en tierra de nadie. Eso es lo que puede ser el presente. Una simple línea que puede determinar lo que se va a encontrar más allá de la frontera del futuro y dejando un paso atrás los límites del pasado. Ahí, en ese lugar capaz de determinar los destinos de un puñado de seres infelices, es donde habrá que saldar deudas, saltar de un lado de la oscuridad al vértice de la luz, decidir si es la hora de empezar a ganar y desenterrar la memoria de un subsuelo que está sumergido en el mismo corazón de la maldad.

A menudo no se esperan los golpes que se propinan desde el instinto de protección. Esos personajes que deambulan por un mundo que les ha maltratado van a parar a un sitio donde parece que las paredes pueden llegar a ver, donde hay altavoces para poder oír, donde la soledad se ha adueñado de la propiedad y donde se destruyen los sueños. Sí, son malos tiempos para venir al Royale porque es donde también se marca la línea del bien y del mal y no es sencillo elegir. La tentación estará ahí mismo y el tiempo se agota, la lluvia arrecia y, de alguna manera, el recuerdo se diluye con demasiada facilidad. Es hora de recuperar la memoria para dejar bien claro quién manda aquí.
Drew Goddard, el director, había obtenido cierta fama por ser el guionista de Marte, de Ridley Scott y por haber dado muestras de un cierto talento tras la cámara con La cabaña en el bosque. En esta ocasión, no cabe duda de que la película está muy bien planteada, tomándose su tiempo, poniendo al espectador en situación con una estructura desordenada que casi recuerda lejanamente a la de Rashomon, de Akira Kurosawa. También está bien anudada, con giros aceptables que van descubriendo que nada es lo que parece bajo la naturaleza de estos personajes sin rumbo. Sin embargo, no está bien desenlazada, alargando la acción hasta límites insospechados, y casi está a punto de emborronar la buena trayectoria de una película a la que algunos relacionan con la alargada sombra de Quentin Tarantino cuando muy bien podría ser comparable a un Robert Altman en clave brutal.

En el apartado de interpretación habría que destacar por encima del resto del reparto a Jeff Bridges y, sin duda, a Cynthia Erivo, ambos soberbios y atinados, dando con el tono perfecto a sus personajes y llevándose la mejor parte de la función. La banda sonora de Michael Giacchino desvela lo bien que se lo debió pasar eligiendo los temas que van jalonando la trama, tanto instrumentales como pregrabados, y se sale con una cierta sensación de haber sido absorbido por ese mosaico de malhechores que se mueven a un lado y a otro de la locura, tratando de encontrar algún sentido a sus vidas despedazadas. El infierno, muy posiblemente, sea también un hotel de sórdidos secretos, de luces solitarias, de silencios escalofriantes y de fuegos de furia y balas. Quizá esa sea la deuda que todos tenemos que pagar cuando queremos que el pasado surja del subsuelo de nuestro recuerdo para saber dónde cometimos tantos y tan grandes errores, cómo asumimos tan terribles humillaciones y cómo llega un momento en que la mentira ha rebosado el borde del vaso de nuestra resistencia. Para ello, no lo duden, alójense en el Royale. Es ése hotel que está justo en la línea entre dos estados. El de la vida y el de la muerte. Y es obligatorio elegir.                       

César Bardés

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