Migajas de rencor (La buena esposa) - Berenjena Company

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22 oct 2018

Migajas de rencor (La buena esposa)


Siempre se ha dicho que detrás de un gran hombre, hay una gran mujer, pero no es así en esta historia. Ni siquiera se puede decir en sentido inverso. Aquí, detrás de una gran mujer, sólo está ella. Sí, porque ella es la que se ha encargado de sonreír cuando no había razones, de decir la palabra justa cuando todo era silencio, de compartir todas las inquietudes cuando el ánimo flaqueaba con intensidad. Incluso se podría decir que también se encargó de escribir en las vidas de todos los que la rodeaban cuando sólo había mediocridad. Todo ello junta unas cuantas migajas de rencor.

Sin embargo, cuando se llega a la cima, se suelen tener muchas ganas de disfrutar de un pedazo de gloria. O, también, de aparecer relajada y brillante en esas agudas conversaciones entre intelectuales que suelen ser patrimonio exclusivo del éxito aparente. La hoja en blanco suele burlarse mucho del escritor y se necesita un impulso especial para rellenarla, para derrotarla en todos sus rincones, de imprimir una hilera interminable de hormigas que caminan hacia algún sentido que no es fácil de encontrar. Y eso, desde luego, no es un terreno vedado a las mujeres porque poseen una vida interior mucho más rica, mucho más apasionante, mucho más sincera y mucho más visceral.

Así que es tiempo de recoger premios y de guardar silencios. Lo peor de todo es que esos momentos de abismo existencial suelen ser unas barreras muy endebles cuando existen determinadas sospechas y se atisba, con cierta temeridad, la elegancia detrás de la negación. Por otro lado, son necesarias las palabras justas en el instante adecuado porque siempre se causan demasiados problemas cuando el equívoco llega mucho más allá de lo permisible. El talento es algo que se debe trabajar si se quiere mantener y es necesario saciar su hambre de contar historias, de crear universos o de narrar experiencias de ficción que, al fin y al cabo, están inspiradas en lo que somos, sentimos y amamos. Y eso, no cabe ninguna duda, sólo lo puede hacer una mujer.

Se echaba de menos ese talento maravilloso que siempre hemos intuido en el rostro, las expresiones y las maneras de Glenn Close y, de nuevo, está de vuelta. Volvemos a disfrutar de una actriz máxima, que nos revela libros enteros en la piel de una mujer de regreso cuando, en realidad, ni siquiera ha tenido la oportunidad de ir. Ella es el centro y la merecedora de todos los premios. Su mirada se ilumina, se oscurece, se eclipsa y renace. Su rostro se contrae, se distiende, se expande y se tensa. Nos habla sin necesidad de decir nada, y eso está al alcance de pocas actrices. Es hora de ponerse en pie y aplaudirla hasta que el día se vuelva noche y entendamos lo difícil que es hacer lo que ella consigue.

Por lo demás, la dirección de Björn Runge es sobria, pausada, sin alardes, casi escondida detrás de la excelente banda sonora de Jocelyn Pook, como deseando que todos los copos de nieve caigan por igual sobre todos los vivos y todos los muertos. Y ansiamos que todas aquellas féminas que ocultaron su nombre por el mero hecho de ser mujer salgan a la luz para que quedemos, una vez más, maravillados porque no sólo merecen reconocimiento, sino también toda la admiración que, cicateros, nos empeñamos en negar.                                         

César Bardés

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