Yo sé que Annie sale de su propio cuerpo cuando hacemos el amor. Es lógico y normal. ¿Quién querría quedarse conmigo mientras ella puede vivir todas las vidas que quiera, ser los personajes que desee y pulular por las aventuras que se le presenten? Yo sé que, en medio de sus inseguridades, hay un corazón enorme, de una mujer sensible e inteligente, que siempre ha defendido con uñas y dientes su propia independencia. Así fue cuando se hundió en los tormentos de una vida impensable en las tres partes de El padrino, siendo la desgraciada mujer de Michael Corleone. Sin embargo, Annie llegó a su madurez a través de ese pequeño gafotas, no sé qué le vería. Se llamaba Woody Allen, se juntó con él personal y profesionalmente e hicieron juntos unas cuantas películas que han pasado a la historia. Ahí está Sueños de un seductor, o esa marcianada que fue El dormilón, o ese repaso por la filosofía rusa, más cerca del infierno que del cielo, en La última noche de Boris Grushenko. Sin embargo, Annie será para mí siempre Annie Hall. Yo creo que ahí es donde fue, prácticamente, ella misma. Con esa forma de vestir, con esa forma de moverse, con esa vacilación a través de cada paso de la gran manzana. Ella fue Annie. Y se quedó siendo Annie. Y además le dieron una figurita de oro muy apreciada en la profesión.
A continuación, Annie hizo una de esas aventuras que se han quedado para siempre en mi imaginario y en mi formación personal. Me enamoré de ella y me desenamoré varias veces mientras la veía, otra vez con el gafotas ese, en Manhattan, rapsodia de amor a una ciudad y a una forma de vida que, no obstante, no guarda sitio para la confianza en los demás. Ahí Annie fue Mary, siempre atractiva, temblorosa en la punta de sus sentimientos, dañina en su comportamiento obsesivo y errático. Y yo vagué con ella por las calles de Manhattan, en busca de un amor que, muy posiblemente, dejé escapar.
Claro, entre medias, Annie no se quedaba quieta. Bien que se fue con un tal Richard Brooks para describir el viaje sexual de una mujer, verdadera radiografía de la época en sus tabúes y sus fingimientos, en Buscando al señor Goodbar y volvió a juntarse otra vez con el gafotas fastidioso porque quería homenajear a un sueco en la espléndida Interiores, quizá la mejor película seria de un cineasta poco serio.
Luego dejó al gafotas, y se fue con un tipo guapo y bien parecido, algo caprichoso, pero con talento. Viajó hasta el corazón de la revolución soviética para hacer Rojos y… ¿saben qué? Annie fue lo mejor de la película. Mejor que el tal Warren Beatty, mejor que su amiguete Jack Nicholson, mejor que todo lo demás. Tal vez, la película era tan grande que mucha gente no vio el inmenso talento que ella desplegaba, pero, ya se sabe. No todo el mundo es capaz de apreciar el caviar… y más cuando se sirve en medio de la estepa.
Annie fue muy guerrera. Lo demostró calzándose una ametralladora para jugar a los espías en La chica del tambor, de George Roy Hill, basándose en una novela de John Le Carré. No muchos aprecian esta película, pero yo sí, porque vi a Annie cómoda, con su camiseta de tirantes y sus pantalones de faena. Ella era esa chica que se infiltra y espía y lo hace mejor que nadie.
Luego vino lo de compartir unas cuantas escenas con Jessica Lange y con Sissy Spacek en la más que apreciable Crímenes del corazón, una aventura de Annie que ha quedado muy, muy olvidada. Y luego encarnó a una ejecutiva perdida con un bebé en brazos en Baby, tú vales mucho que lo único que hizo es confirmar que Annie sólo había una.
Cuando se decide hacer una nueva versión de aquella El padre de la novia, de Vincente Minnelli, se piensa inmediatamente en ella para servir de contrapeso ideal a los excesos de Steve Martin. Y el maldito gafotas la llama de nuevo para pasar con ella un pedazo de aventura que se llamó Misterioso asesinato en Manhattan, entre crímenes, espejos, vecinos sospechosos y risas con unos diálogos maravillosos, ella lo hace todo al lado de Woody. Quién fuera él.
Annie tiene una estupenda capacidad para reírse de sí misma y desinhibirse, sobre todo, si tiene al lado a dos gamberras como Bette Midler y Goldie Hawn en El club de las primeras esposas. Y Annie aún nos regala un gran trabajo, de esos que sólo están al alcance de muy pocas como ella, en La habitación de Marvin y la acompaña nada que Meryl Streep. Y Annie le gana la partida.
A partir de aquí, como hace siempre, Annie se despreocupó un poco y sus aventuras fueron más inocuas, más olvidables, más dispersas y mucho más ligeras, aunque todavía nos deja una comedia de altura como Cuando menos te lo esperas, haciendo una divertida pareja con Jack Nicholson. Hay películas que están hechas para que recordemos lo que dos actores maduros nos han hecho sentir durante tantos años…
Poco mencionable, a partir de este momento. Quizá su emparejamiento con Kevin Kline en una historia por debajo de sus posibilidades como Por fin solos o el encanto que desprende su matrimonio con Morgan Freeman en la estupenda y desapercibida Ático sin ascensor. En cualquier caso, en ningún momento Annie ha dejado de salirse de su propio cuerpo para vivir un buen puñado de aventuras en el cuerpo de sus personajes. Ahora mismo, acaba de hacerlo. Y por última vez. Annie es así. No avisaba nunca. De repente, estaba como ausente. Yo, por mi parte, no importa a donde vaya. Siempre la llevaré conmigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario