Esta película le gustó muchísimo a un conocido crítico cinematográfico. Eso ya debería poner de sobre aviso a cualquiera que se acerque a verla. Bajo una espesa capa de arena repleta de pretenciosidad, allá vamos con la historia de un padre que busca desesperadamente a su hija en una fiesta rave. A partir de aquí, la oquedad se hace muy evidente, por muchos giros de guion que el director Oliver Laxe quiera introducir. Ya se sabe. La vida es un campo de minas que sólo se puede atravesar cuando todo te importa un rábano del desierto. Entre las desoladas dunas de un país que se sumerge en una guerra, el padre se junta con unos cuantos fanáticos de ese tipo de música tan insoportable y, por el camino, aguardan unas cuantas sorpresas que pretenden golpear tan fuerte que alguno que otro que haya visto un par o tres de películas puede encontrar bastante previsible.
La metáfora de la música propia del infierno sirve de marco para este viaje sin rumbo que tiene todas las luces de ser una huida hacia adelante con tal de encontrar otra supuesta fiesta rave en algún lugar cerca de la frontera con Mauritania. Seres que se sumergen en esas supuestas juergas llenos de droga hasta las cejas, con unos vehículos cuyos neumáticos harían la envidia de cualquier fabricante, y que comprueban que, en realidad, no hay muchas más salidas. Pretendidamente bueno, nada bonito y comprobadamente barato. Pueden ser las mejores razones para poner en pie esta trama en la que se pone de manifiesto, una vez más, que no hay nada más a favor del sistema que ser un antisistema. Mientras tanto, el desierto mira y espera, extiende sus múltiples trampas y vamos todos juntos a llorar para convertirnos en unos refugiados más que afrontan la penosa incertidumbre de un futuro sin mañana.
En la producción, los hermanos Almodóvar. En la interpretación, Sergi López tratando de dar forma a la desesperación más meditada que, incluso en algunos momentos, guarda la apariencia de lo impostado. Cannes se rinde a los pies de esta película otorgando el Gran Premio del Jurado y el director Oliver Laxe escala puestos para obtener la titulación de promesa sin tacha en el panorama cinematográfico internacional.
Y es no que hay mucho más que decir, porque el viaje golpea con crueldad, con una guerra de fondo, obviada por estos personajes que sólo quieren ir a la siguiente fiesta, mientras los bafles no dejan de repetir su ritmo machacante y que acompañan a estos jóvenes y no tan jóvenes por las vías del descontento crónico y de una vida que, posiblemente no han elegido vivir, pero que han optado por una de las peores opciones. No por eso son peores personas ya que entre ellos hay rasgos de solidaridad y de ternura, virtudes que no tienen lugar en un mundo en descomposición. El resultado final es un cuadro pesimista dentro de un mundo pésimo, que sólo ofrece la soledad y la muerte y que hace del nihilismo la principal forma de atracción para todos aquellos que se vuelven locos con este tipo de historias. La elección de caminar sobre el filo de una espada para cruzar el puente que une el paraíso del infierno acaba por ser falsa porque sólo hay infierno y en ningún lugar hay paraíso. La esperanza…bah, eso es para los débiles.
Así que nada, si extravían a alguien querido en un paraje inhóspito, no se olviden de llevar al pequeño de la casa. Es un ambiente ideal para que juegue y haga el salto de su vida. Vayan por caminos imposibles con su furgoneta. Compartan una tableta de chocolate que serán recompensados con alucinógenos de variada índole. Y no se olviden de caminar por el peligro como si no les importara morir. De ahí, seguro que la muerte les respeta, que, en el fondo, ella también tiene algo de poeta.
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